El cuento que publico hoy, al igual que me pasó con Nubita, lo escribí para otra de mis nietas, exactamente para la pequeña, con él he intentado que comprenda que hay que conocer todos los colores de la vida, incluido el negro, para saber apreciarlos y enfrentarnos a ellos si fuese necesario.
No sé si sabéis, pero por si
acaso nadie os lo ha dicho, os lo voy a decir yo, que cada vez que nace un
niño, un duende se pone a su lado para acompañarle hasta que se hace mayor.
Este
duende es el que nos ayuda a todos, (porque los que somos mayores también
fuimos niños una vez) a comprender como es la vida, y a saber la forma en que tenemos
que comportarnos con nuestros padres y con todas las personas y seres vivos que
nos rodean.
Nos muestra las cosas bonitas de la vida, pero también tiene que
enseñarnos las feas, pues es lo que necesitamos para que, cuando nos hacemos adultos,
sepamos desenvolvernos.
Normalmente no podemos verle, pero seguro que muchas veces le habréis
notado a vuestro lado.
Nos avisa de que lo que vamos a hacer no está bien o de que corremos
algún peligro, para que no sigamos adelante.
También está con nosotros cuando abrazamos a nuestros papás y a las
personas que queremos. Suele decir que lo hagamos más fuerte para demostrarles nuestro
cariño y que cuando les besemos, sepamos hacerlo con todo el corazón.
Lo que pasa es que a alguno de esos duendes les da pena que los niños,
al ser tan pequeños, vean las cosas como son, o sea que hay muchas feas, y
retrasan todo lo posible el enseñárselas.
Pues bien, eso fue lo que le pasó a Dundi.
En su
primer trabajo, a Dundi le mandaron
ocuparse de Ainhoa, así que, en
cuanto vieron que nacía, le mandaron a su lado y él, obediente, allí se
encaminó.
Le habían dado muchas clases explicándole como tenía que hacerlo, pero
claro, todas fueron teóricas, así que al verla en la cuna tan pequeñita, pensó
que se tomaría con calma sus enseñanzas y que procuraría alargar todo lo
posible el tiempo que la niña pudiese disfrutar de las cosas bonitas ¡Quería
que fuese muy feliz y estaba seguro de que lo conseguiría!
Por eso, se le ocurrió regalarle unas gafas, pero claro, no eran unas gafas
cualquiera, eran mágicas, cada vez que Ainhoa
se las pusiese, vería todo de color de rosa
y así, solamente sabría que hay cosas feas cuando él decidiese que tenía que
devolvérselas.
En cuanto Ainhoa pudo cogerlas
con sus manitas, se las puso enseguida y claro, estaba tan contenta con ellas,
que procuraba no quitárselas nunca.
¡Cuando
algo no le gustaba o la hacía llorar, se las ponía y así se olvidaba de todo!
Mientras dormía, las sujetaba muy fuerte para que no se las pudiesen quitar.
El problema se presentó cuando empezó a crecer, pues lo único que le
gustaba eran las cosas de color rosa y las princesas, ¡ella misma se sentía una
de ellas!
Llegó el momento en que Dundi tenía
que hacerle cambiar de opinión, pues si no era así, no podría enfrentarse a la
vida ¡no podía seguir creyendo que todo es bonito y de color de rosa!
Hay muchas cosas, que aunque no nos gusten, están ahí y nos vamos a
encontrar con ellas. Además, tenemos que aprender a tratar de cambiarlas para
que sean mejores y ¡claro! si no las vemos, es imposible que podamos hacerlo.
Así que un día, Dundi, no tuvo
más remedio que decirle:
─ Tienes
que darme las gafas, debes empezar a comprender que las cosas no son siempre de
color rosa, que hay otros muchos
colores que también son bonitos y necesitas conocerlos todos.
Pero ella no quería oírle y se tapaba los oídos con las manos. Él
insistía, pero cuánto más lo hacía, Ainhoa más se negaba a dárselas.
─ ¡No me
interesan los otros colores, —decía— solamente me gustan el rosa y las
princesas!
─
¡Pero
vas a crecer y tienes que aprender un montón de cosas más!
¡Cómo se arrepentía de habérselas dado! ¡Nunca más volvería a hacerlo! ¡Tenía
que conseguir que se las devolviese!
Dundi no quería quitárselas por la
fuerza, pues sabía que esa no es una buena forma de hacer las cosas, tenía que
convencerla, pero se sentía incapaz de hacerlo.
No le quedó más remedio que pedir ayuda a los otros duendes que eran más
mayores que él y que por lo tanto tenían más experiencia. Sabía que le iban a
decir que no se las tenía que haber dado, pero eso era algo de lo que él ahora
estaba muy seguro.
Ellos, al verle tan preocupado, decidieron ayudarle sin reprocharle nada.
Pensaron que debían actuar con mucha calma,
para que la niña no se enfadase.
La idea que se les ocurrió fue que, cada noche, un duende se acercara a
la cama de Ainhoa y pintara una pequeña rayita de color en las gafas.
La primera mañana, cuando la niña se levantó y se las puso, se dio
cuenta de que veía el verde de los árboles y de las plantas. Pensó que algo le
pasaba a sus gafas y que hablaría con Dundi,
pero poco a poco le pareció que no era tan malo el color verde.
Al día siguiente fue el amarillo, vio muchas florecitas en el campo...
Luego siguió el rojo, uno de los colores más fuertes y que está por muchos
sitios… Después el azul, del mar y del cielo… Siguió el blanco de las nubes…, el
negro de un pajarito…, el marrón de los bancos de las calles…
Así fueron pasando los días y mezclándose los colores…
Una mañana, cuando salía de su casa para ir al colegio, pudo ver un Arco Iris
que surcaba el cielo, ¡pues había llovido por la noche! Tenía todos los colores juntos y le pareció
maravilloso. Se quedó impresionada, pues nunca antes lo había visto por culpa
de sus gafas, con las que todo lo
veía de color de rosa.
En cuanto vio a Dundi, cogió las gafas y se las devolvió mientras le
decía:
─ Toma, ya
no me hacen falta, quiero vivir una vida de verdad, sin que nada me haga
cambiar los colores. Quiero ver lo malo y lo bueno, disfrutar de las cosas
bonitas e intentar cambiar las feas, ¡si es posible! Pues para ser feliz, me he
dado cuenta de que hay que aprender de todo lo que nos rodea y no podré hacerlo
mientras me las ponga.
Dundi comprendió que había aprendido una gran lección, no siempre es
mejor lo que nos parece más bonito y por eso tenemos que saber apreciar todas
las cosas para encontrar la diferencia.
Cuando Ainhoa se hizo mayor y Dundi tuvo que despedirse de ella, lo hizo
seguro de que al final, había conseguido hacer un gran trabajo, aunque para
ello hubiese necesitado la ayuda de sus amigos y que éstos, como normalmente
ocurre, no le defraudaron.
Julita San Frutos©

10 comentarios:
Es monisimo :)
Gracias Anónimo.
Es muy ameno. Te hace sonreir y pensar en el refrán "En este mundo... nada es verdad ni mentira..." Todo depende de las "gafas" con las que se mira y, si ver la vida en rosa es positivo, también hay que ser consciente de que existen otros tonos, puesto que a lo largo de nuestra existencia atravesamos un verdadero arco iris!
Gracias por tu comentario Marina. Es verdad que atravesamos un verdadero arco iris y eso es lo que he intentado que entienda Ainhoa y seguro que lo va a entender, pues no tendrá otro remedio. Un abrazo.
Hola Julita. Así es la vida. Tiene sus cosas buenas y no tan buenas pero hay que aprender a convivir con éllas.
Muy bonito el cuento
Un abrazo
Enrique
Gracias Enrique, me gustan mucho vuestros comentarios, así puedo saber si opináis como yo, y veo que sí, hay cosas buenas y cosas malas, pero hay que aceptarlas todas. Un abrazo.
Julita, me ha encantado este cuento. Qué imaginación tienes!!! Está claro que ese duende tuyo, en su momento, te dejó una buena dosis de inspiración.
Conforme lo iba leyendo, me han venido a la memoria así, de repente, dos personajes.
Uno ha sido Escarlata O'Hara, de la película "Lo que el viento se llevó".
¿Te imaginas lo feliz que hubiera sido ella con semejantes gafas?
Y por otra parte, y pensando en alguien a quien el duende aún no se le ha llevado las gafas, está París Hilton. Este cuento le va como anillo al dedo. Parece que está pensado para ella.
Gracias de nuevo por dejarme imaginar contigo.
Un abrazo.
Helen.
Gracias a tí Elena por leerme, porque te guste lo que escribo y porque me lo comentes, es un gran incentivo para mí y tienes razón cuando dices que las gafas le hubiesen servido a mucha gente y que alguno aún las utiliza. Un abrazo.
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Gracias Trevor por tu comentario. Un saludo.
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