lunes, 1 de octubre de 2018

Dundi, un duende inexperto

El cuento que publico hoy, al igual que me pasó con Nubita, lo escribí para otra de mis nietas, exactamente para la pequeña, con él he intentado que comprenda que hay que conocer todos los colores de la vida, incluido el negro, para saber apreciarlos y enfrentarnos a ellos si fuese necesario.
Julita
  No sé si sabéis, pero por si acaso nadie os lo ha dicho, os lo voy a decir yo, que cada vez que nace un niño, un duende se pone a su lado para acompañarle hasta que se hace mayor.
  Este duende es el que nos ayuda a todos, (porque los que somos mayores también fuimos niños una vez) a comprender como es la vida, y a saber la forma en que tenemos que comportarnos con nuestros padres y con todas las personas y seres vivos que nos rodean.
  Nos muestra las cosas bonitas de la vida, pero también tiene que enseñarnos las feas, pues es lo que necesitamos para que, cuando nos hacemos adultos, sepamos desenvolvernos.

  Normalmente no podemos verle, pero seguro que muchas veces le habréis notado a vuestro lado.
  Nos avisa de que lo que vamos a hacer no está bien o de que corremos algún peligro, para que no sigamos adelante.
  También está con nosotros cuando abrazamos a nuestros papás y a las personas que queremos. Suele decir que lo hagamos más fuerte para demostrarles nuestro cariño y que cuando les besemos, sepamos hacerlo con todo el corazón.
  Lo que pasa es que a alguno de esos duendes les da pena que los niños, al ser tan pequeños, vean las cosas como son, o sea que hay muchas feas, y retrasan todo lo posible el enseñárselas.
  Pues bien, eso fue lo que le pasó a Dundi.
  En su primer trabajo, a Dundi le mandaron ocuparse de Ainhoa, así que, en cuanto vieron que nacía, le mandaron a su lado y él, obediente, allí se encaminó.
  Le habían dado muchas clases explicándole como tenía que hacerlo, pero claro, todas fueron teóricas, así que al verla en la cuna tan pequeñita, pensó que se tomaría con calma sus enseñanzas y que procuraría alargar todo lo posible el tiempo que la niña pudiese disfrutar de las cosas bonitas ¡Quería que fuese muy feliz y estaba seguro de que lo conseguiría!
  Por eso, se le ocurrió regalarle unas gafas, pero claro, no eran unas gafas cualquiera, eran mágicas, cada vez que Ainhoa se las pusiese, vería todo de color de rosa y así, solamente sabría que hay cosas feas cuando él decidiese que tenía que devolvérselas.
  En cuanto Ainhoa pudo cogerlas con sus manitas, se las puso enseguida y claro, estaba tan contenta con ellas, que procuraba no quitárselas nunca.
  ¡Cuando algo no le gustaba o la hacía llorar, se las ponía y así se olvidaba de todo! Mientras dormía, las sujetaba muy fuerte para que no se las pudiesen quitar.
  El problema se presentó cuando empezó a crecer, pues lo único que le gustaba eran las cosas de color rosa y las princesas, ¡ella misma se sentía una de ellas!
  Llegó el momento en que Dundi tenía que hacerle cambiar de opinión, pues si no era así, no podría enfrentarse a la vida ¡no podía seguir creyendo que todo es bonito y de color de rosa! Hay muchas cosas, que aunque no nos gusten, están ahí y nos vamos a encontrar con ellas. Además, tenemos que aprender a tratar de cambiarlas para que sean mejores y ¡claro! si no las vemos, es imposible que podamos hacerlo.
  Así que un día, Dundi, no tuvo más remedio que decirle:
Tienes que darme las gafas, debes empezar a comprender que las cosas no son siempre de color rosa, que hay otros muchos colores que también son bonitos y necesitas conocerlos todos.
  Pero ella no quería oírle y se tapaba los oídos con las manos. Él insistía, pero cuánto más lo hacía, Ainhoa más se negaba a dárselas.
¡No me interesan los otros colores, —decía— solamente me gustan el rosa y las princesas!
¡Pero vas a crecer y tienes que aprender un montón de cosas más!
  ¡Cómo se arrepentía de habérselas dado! ¡Nunca más volvería a hacerlo! ¡Tenía que conseguir que se las devolviese!
  Dundi no quería quitárselas por la fuerza, pues sabía que esa no es una buena forma de hacer las cosas, tenía que convencerla, pero se sentía incapaz de hacerlo.
  No le quedó más remedio que pedir ayuda a los otros duendes que eran más mayores que él y que por lo tanto tenían más experiencia. Sabía que le iban a decir que no se las tenía que haber dado, pero eso era algo de lo que él ahora estaba muy seguro.
  Ellos, al verle tan preocupado, decidieron ayudarle sin reprocharle nada.   Pensaron que debían actuar con mucha calma, para que la niña no se enfadase.
  La idea que se les ocurrió fue que, cada noche, un duende se acercara a la cama de Ainhoa y pintara una pequeña rayita de color en las gafas.
  La primera mañana, cuando la niña se levantó y se las puso, se dio cuenta de que veía el verde de los árboles y de las plantas. Pensó que algo le pasaba a sus gafas y que hablaría con Dundi, pero poco a poco le pareció que no era tan malo el color verde.
  Al día siguiente fue el amarillo, vio muchas florecitas en el campo... Luego siguió el rojo, uno de los colores más fuertes y que está por muchos sitios… Después el azul, del mar y del cielo… Siguió el blanco de las nubes…, el negro de un pajarito…, el marrón de los bancos de las calles…
  Así fueron pasando los días y mezclándose los colores…
  Una mañana, cuando salía de su casa para ir al colegio, pudo ver un Arco Iris que surcaba el cielo, ¡pues había llovido por la noche!                       Tenía todos los colores juntos y le pareció maravilloso. Se quedó impresionada, pues nunca antes lo había visto por culpa de sus gafas, con las que todo lo veía de color de rosa.
  En cuanto vio a Dundi, cogió las gafas y se las devolvió mientras le decía:
Toma, ya no me hacen falta, quiero vivir una vida de verdad, sin que nada me haga cambiar los colores. Quiero ver lo malo y lo bueno, disfrutar de las cosas bonitas e intentar cambiar las feas, ¡si es posible! Pues para ser feliz, me he dado cuenta de que hay que aprender de todo lo que nos rodea y no podré hacerlo mientras me las ponga.
  Dundi comprendió que había aprendido una gran lección, no siempre es mejor lo que nos parece más bonito y por eso tenemos que saber apreciar todas las cosas para encontrar la diferencia.
  Cuando Ainhoa se hizo mayor y Dundi tuvo que despedirse de ella, lo hizo seguro de que al final, había conseguido hacer un gran trabajo, aunque para ello hubiese necesitado la ayuda de sus amigos y que éstos, como normalmente ocurre, no le defraudaron.
         Julita San Frutos©
 

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Es monisimo :)

Juli imagina historias dijo...

Gracias Anónimo.

Marina dijo...

Es muy ameno. Te hace sonreir y pensar en el refrán "En este mundo... nada es verdad ni mentira..." Todo depende de las "gafas" con las que se mira y, si ver la vida en rosa es positivo, también hay que ser consciente de que existen otros tonos, puesto que a lo largo de nuestra existencia atravesamos un verdadero arco iris!

Juli imagina historias dijo...

Gracias por tu comentario Marina. Es verdad que atravesamos un verdadero arco iris y eso es lo que he intentado que entienda Ainhoa y seguro que lo va a entender, pues no tendrá otro remedio. Un abrazo.

Unknown dijo...

Hola Julita. Así es la vida. Tiene sus cosas buenas y no tan buenas pero hay que aprender a convivir con éllas.
Muy bonito el cuento
Un abrazo
Enrique

Juli imagina historias dijo...

Gracias Enrique, me gustan mucho vuestros comentarios, así puedo saber si opináis como yo, y veo que sí, hay cosas buenas y cosas malas, pero hay que aceptarlas todas. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Julita, me ha encantado este cuento. Qué imaginación tienes!!! Está claro que ese duende tuyo, en su momento, te dejó una buena dosis de inspiración.
Conforme lo iba leyendo, me han venido a la memoria así, de repente, dos personajes.
Uno ha sido Escarlata O'Hara, de la película "Lo que el viento se llevó".
¿Te imaginas lo feliz que hubiera sido ella con semejantes gafas?
Y por otra parte, y pensando en alguien a quien el duende aún no se le ha llevado las gafas, está París Hilton. Este cuento le va como anillo al dedo. Parece que está pensado para ella.
Gracias de nuevo por dejarme imaginar contigo.
Un abrazo.
Helen.

Juli imagina historias dijo...

Gracias a tí Elena por leerme, porque te guste lo que escribo y porque me lo comentes, es un gran incentivo para mí y tienes razón cuando dices que las gafas le hubiesen servido a mucha gente y que alguno aún las utiliza. Un abrazo.

Unknown dijo...

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Juli imagina historias dijo...

Gracias Trevor por tu comentario. Un saludo.