Bueno,ya estamos en el mes de marzo, pronto llegará la primavera con sus flores, sus trinos, su luz... por eso, quiero aprovechar para publicar un cuento en el que me gustaría hacer entender a quienes lo lean, que no hay ninguna razón para arriesgarnos, enfrentándonos a lo que tenemos claro que no vamos a poder ganar.
Quizá sirva para hacer pensar.
¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! Soplaba el viento sin descanso.
¡Shrs! ¡Shrs! ¡Shrs! Le contestaban las hojas que colgaban de los
árboles y luchaban por mantenerse en su lugar.
De repente, el cielo perdió su azul y se fue volviendo oscuro, de un
color negruzco, amenazante.
Por si todo eso fuese poco, en ese mismo momento, una luz casi fantasmal
rasgó el firmamento, como si de un látigo luminoso se tratase y a continuación,
un atroz sonido interrumpió el susurro del bosque.
El pequeño conejito, que se encontraba en el interior de la madriguera
junto a sus padres, escondió la cabeza en el cuerpo de su madre. Pegado a ella
y arropado por su suave pelaje, empezó a temblar, muerto de miedo.
En vano, mamá coneja trató de separarle de ella, para darle una
explicación de lo que en realidad estaba sucediendo, pero era imposible, no
conseguía que le prestase atención.
— ¡Es sólo una tormenta! —le
decía, mientras, empujándole suavemente con sus patas, intentaba lograr su
propósito.
Pero el pequeño conejito no lograba escucharla, le parecía que el cielo
iba a caer sobre ellos y los aplastaría, no pensaba ni por un momento en que su
guarida estaba debajo de la tierra y aunque no era imposible, sí que resultaba
difícil que hasta allí llegasen a penetrar los rayos y los truenos.
Se sentía incapaz de emitir un solo sonido, su cuerpo tiritaba junto al
de su madre y no era por frío precisamente, aunque la verdad es que también lo
tenía, a pesar del tierno abrazo de su mamá.
Era la primera tormenta fuerte que el pobre vivía en su propia carne y
no se daba cuenta, verdaderamente, de lo que suponía, su mente engrandecía los
efectos de la tempestad.
Entonces, papá conejo, viendo que su hijo no conseguía superar el miedo
que le atenazaba, decidió intervenir, por lo que se dirigió a él, diciéndole:
— ¡Vamos a ver pequeñajo! ¡Tienes
que ser valiente! ¡No debes asustarte por una simple tormenta! Si la tempestad
te aterroriza, ¿qué pasará cuando tengas que enfrentarte a algo verdaderamente
peligroso?
Pero el conejito seguía sin poder apartarse de su madre, las palabras de
su padre únicamente le servían para ponerse más y más nervioso.
En eso, otro relámpago desgarró la oscuridad y un nuevo trueno se dejó
escuchar con su potente sonido. Daba la sensación de que la tierra se movía.
Al fin, haciendo acopio de todas sus fuerzas y tratando de superar su
miedo, el conejito consiguió, a duras penas, que su cabeza fuese visible, para
así, poder responder a su padre:
— ¡Yo no quiero ser valiente
papá! ¡Solamente quiero ser un conejo!
— ¡Pero debes ser un conejo
valiente!
Ahora sí que tras estas últimas palabras de su padre, asomó toda su
cabecita y dirigiéndose de nuevo a él le dijo:
— No papá, no quiero ser un
conejo valiente. Si fuese valiente, saldría ahora de la madriguera y me
enfrentaría al viento, a la luz, al sonido, a la lluvia… pero como ellos son
más poderosos que yo, no tardarían nada en acabar conmigo de una forma o de
otra. Si fuese valiente, me pondría delante de los perros cuando vienen a
cazarnos y pelearía con ellos, pero no podría vencerlos, porque son más fuertes
y más rápidos, por eso les bastaría un solo momento para liquidarme sin
remedio. Si fuese valiente, pediría a los humanos que nos respeten y que se
respeten ellos mismos, pero estoy seguro de que antes de que pudiese decir una
sola palabra, terminaría mi vida con un tiro de sus escopetas.
El padre miró a su hijo y no pudo evitar que se le humedecieran los
ojos. Le vino a la memoria el día en que el suyo le pidió lo mismo a él y que
además, para darle ejemplo y sin pararse a pensarlo un solo minuto, salió de la
madriguera y corrió delante de los perros.
Al ser más rápidos y fuertes, cómo estaba diciendo ahora su hijo, no tardaron
mucho en darle alcance y llevárselo como trofeo. No hizo falta que esperase su
regreso, pues supo que no iba a volver y, allí quedó él, en la misma madriguera
donde ahora se encontraban, con su madre y sus hermanos, huérfanos por una
imprudencia. Desde ese momento, siempre había tratado de hacerse fuerte para no
defraudar su memoria y a la vez manteniéndose con vida para cuidar la de ellos
y ahora estaba ahí, repitiendo a su hijo casi las mismas palabras y sin saber
en realidad por qué lo había hecho
Pensó que el pequeño tenía razón, no merece la pena demostrar algo que
no poseemos. Si nos falta la fuerza, usemos la inteligencia, no queramos ser
más de lo que somos, intentar ir en contra de la naturaleza no conduce a nada.
Dejemos a los fuertes que luchen entre ellos, si es lo que quieren y
mantengámonos los demás como simples espectadores, quizá llegue el momento en
que seamos los débiles los que ganemos.
El padre se dio cuenta de que su hijo sería un magnífico conejo cuando
creciese, así que se acercó a él y a su mujer y fundiéndose en un fuerte abrazo
con ellos, le dio las gracias por haberle dicho todas esas palabras que tanto
le estaban haciendo reflexionar y, sin pensárselo dos veces, le estampó un beso
tan fuerte, que gracias a él, el conejito
consiguió dejar de temblar.
Julita San Frutos©
Julita San Frutos©

4 comentarios:
Una vez más, uno de tus cuentos me ha hecho sonreir y reflexionar. Es verdad que deberíamos estar siempre conscientes de nuestros límites y no arriesgarnos en batallas que de antemano sabemos que no ganaremos. Guardemos nuestra energía y nuestras fuerzas para las que están dentro de nuestra capacidad y nuestra aptitud. Gracias, Julita.
Gracias por tu comentario Marina y porque me digas que te hacen reflexionar, pues es una de las cosas que intento conseguir cuando escribo. Un abrazo.
La prudencia es básica para poder sobrevivir. No sólo ahora, en nuestro mundo, sino desde hace millones de años. Me parece un cuento muy oportuno aunque si te digo la verdad, nunca pasará de moda. Lo que ocurre es que muchas personas confunden la prudencia con la cobardía, sobre todo el género masculino con su flamante testosterona.
Algunos son demasiado impulsivos. No analizan nada y les guía una supuesta valentía que, en ocasiones, les lleva a un lamentable final.
Ojalá todos fuéramos tan prudentes y reflexivos como el conejito de tu cuento.
Este mundo sería mucho mejor.
Gracias como siempre y un saludo.
Helen Pi
Si Helen, sería genial que reflexionásemos antes de realizar cualquier imprudencia, pero como dices se suele confundir la prudencia con la cobardía, lo que es absurdo, pero así es. Muchas gracias por tu comentario, sabes que los aprecio mucho. Un abrazo muy, muy fuerte.
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