viernes, 1 de marzo de 2019

El Conejito Prudente

Bueno,ya estamos en el mes de marzo, pronto llegará la primavera con sus flores, sus trinos, su luz... por eso, quiero aprovechar para publicar un cuento en el que me gustaría hacer entender a quienes lo lean, que no hay ninguna razón para arriesgarnos, enfrentándonos a lo que tenemos claro que no vamos a poder ganar.
Quizá sirva para hacer pensar.
Julita

  ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! Soplaba el viento sin descanso.
  ¡Shrs! ¡Shrs! ¡Shrs! Le contestaban las hojas que colgaban de los árboles y luchaban por mantenerse en su lugar.
  De repente, el cielo perdió su azul y se fue volviendo oscuro, de un color negruzco, amenazante.
  Por si todo eso fuese poco, en ese mismo momento, una luz casi fantasmal rasgó el firmamento, como si de un látigo luminoso se tratase y a continuación, un atroz sonido interrumpió el susurro del bosque.
  El pequeño conejito, que se encontraba en el interior de la madriguera junto a sus padres, escondió la cabeza en el cuerpo de su madre. Pegado a ella y arropado por su suave pelaje, empezó a temblar, muerto de miedo.

  En vano, mamá coneja trató de separarle de ella, para darle una explicación de lo que en realidad estaba sucediendo, pero era imposible, no conseguía que le prestase atención.
— ¡Es sólo una tormenta! —le decía, mientras, empujándole suavemente con sus patas, intentaba lograr su propósito.
  Pero el pequeño conejito no lograba escucharla, le parecía que el cielo iba a caer sobre ellos y los aplastaría, no pensaba ni por un momento en que su guarida estaba debajo de la tierra y aunque no era imposible, sí que resultaba difícil que hasta allí llegasen a penetrar los rayos y los truenos.
  Se sentía incapaz de emitir un solo sonido, su cuerpo tiritaba junto al de su madre y no era por frío precisamente, aunque la verdad es que también lo tenía, a pesar del tierno abrazo de su mamá.
  Era la primera tormenta fuerte que el pobre vivía en su propia carne y no se daba cuenta, verdaderamente, de lo que suponía, su mente engrandecía los efectos de la tempestad.
  Entonces, papá conejo, viendo que su hijo no conseguía superar el miedo que le atenazaba, decidió intervenir, por lo que se dirigió a él, diciéndole:
— ¡Vamos a ver pequeñajo! ¡Tienes que ser valiente! ¡No debes asustarte por una simple tormenta! Si la tempestad te aterroriza, ¿qué pasará cuando tengas que enfrentarte a algo verdaderamente peligroso?
  Pero el conejito seguía sin poder apartarse de su madre, las palabras de su padre únicamente le servían para ponerse más y más nervioso.
  En eso, otro relámpago desgarró la oscuridad y un nuevo trueno se dejó escuchar con su potente sonido. Daba la sensación de que la tierra se movía.
  Al fin, haciendo acopio de todas sus fuerzas y tratando de superar su miedo, el conejito consiguió, a duras penas, que su cabeza fuese visible, para así, poder responder a su padre:
— ¡Yo no quiero ser valiente papá! ¡Solamente quiero ser un conejo!
— ¡Pero debes ser un conejo valiente!
  Ahora sí que tras estas últimas palabras de su padre, asomó toda su cabecita y dirigiéndose de nuevo a él le dijo:
— No papá, no quiero ser un conejo valiente. Si fuese valiente, saldría ahora de la madriguera y me enfrentaría al viento, a la luz, al sonido, a la lluvia… pero como ellos son más poderosos que yo, no tardarían nada en acabar conmigo de una forma o de otra. Si fuese valiente, me pondría delante de los perros cuando vienen a cazarnos y pelearía con ellos, pero no podría vencerlos, porque son más fuertes y más rápidos, por eso les bastaría un solo momento para liquidarme sin remedio. Si fuese valiente, pediría a los humanos que nos respeten y que se respeten ellos mismos, pero estoy seguro de que antes de que pudiese decir una sola palabra, terminaría mi vida con un tiro de sus escopetas.
  El padre miró a su hijo y no pudo evitar que se le humedecieran los ojos. Le vino a la memoria el día en que el suyo le pidió lo mismo a él y que además, para darle ejemplo y sin pararse a pensarlo un solo minuto, salió de la madriguera y corrió delante de los perros.
  Al ser más rápidos y fuertes, cómo estaba diciendo ahora su hijo, no tardaron mucho en darle alcance y llevárselo como trofeo. No hizo falta que esperase su regreso, pues supo que no iba a volver y, allí quedó él, en la misma madriguera donde ahora se encontraban, con su madre y sus hermanos, huérfanos por una imprudencia. Desde ese momento, siempre había tratado de hacerse fuerte para no defraudar su memoria y a la vez manteniéndose con vida para cuidar la de ellos y ahora estaba ahí, repitiendo a su hijo casi las mismas palabras y sin saber en realidad por qué lo había hecho
  Pensó que el pequeño tenía razón, no merece la pena demostrar algo que no poseemos. Si nos falta la fuerza, usemos la inteligencia, no queramos ser más de lo que somos, intentar ir en contra de la naturaleza no conduce a nada. Dejemos a los fuertes que luchen entre ellos, si es lo que quieren y mantengámonos los demás como simples espectadores, quizá llegue el momento en que seamos los débiles los que ganemos.
  El padre se dio cuenta de que su hijo sería un magnífico conejo cuando creciese, así que se acercó a él y a su mujer y fundiéndose en un fuerte abrazo con ellos, le dio las gracias por haberle dicho todas esas palabras que tanto le estaban haciendo reflexionar y, sin pensárselo dos veces, le estampó un beso tan fuerte, que gracias a él,  el conejito consiguió dejar de temblar.
Julita San Frutos©
 
 

4 comentarios:

Marina dijo...

Una vez más, uno de tus cuentos me ha hecho sonreir y reflexionar. Es verdad que deberíamos estar siempre conscientes de nuestros límites y no arriesgarnos en batallas que de antemano sabemos que no ganaremos. Guardemos nuestra energía y nuestras fuerzas para las que están dentro de nuestra capacidad y nuestra aptitud. Gracias, Julita.

Juli imagina historias dijo...

Gracias por tu comentario Marina y porque me digas que te hacen reflexionar, pues es una de las cosas que intento conseguir cuando escribo. Un abrazo.

Helen Pi dijo...

La prudencia es básica para poder sobrevivir. No sólo ahora, en nuestro mundo, sino desde hace millones de años. Me parece un cuento muy oportuno aunque si te digo la verdad, nunca pasará de moda. Lo que ocurre es que muchas personas confunden la prudencia con la cobardía, sobre todo el género masculino con su flamante testosterona.
Algunos son demasiado impulsivos. No analizan nada y les guía una supuesta valentía que, en ocasiones, les lleva a un lamentable final.
Ojalá todos fuéramos tan prudentes y reflexivos como el conejito de tu cuento.
Este mundo sería mucho mejor.
Gracias como siempre y un saludo.
Helen Pi

Juli imagina historias dijo...

Si Helen, sería genial que reflexionásemos antes de realizar cualquier imprudencia, pero como dices se suele confundir la prudencia con la cobardía, lo que es absurdo, pero así es. Muchas gracias por tu comentario, sabes que los aprecio mucho. Un abrazo muy, muy fuerte.