viernes, 1 de febrero de 2019

UNA FAROLA CUALQUIERA

Con este relato, me pasó algo parecido a Martín, que cuando lo escribí, dudé en catalogarlo como relato infantil o simplemente relato, o sea para todo tipo de público y, al final, he optado por la segunda etiqueta. No se si estaréis de acuerdo conmigo cuando lo leáis.
Julita
 
  Me encontraba ensimismado escuchando el silencio, era una sensación de paz de la que hacía mucho tiempo no disfrutaba. No quería que esa emoción se escapase de mí, tenía que retenerla; así que cerré los ojos, suavemente, como aquél que consigue mecerse en el sueño dulcemente.
  Aspiré el aire, haciéndole llegar a mis pulmones, un aire limpio, sin degradaciones, no en vano me encontraba en la cima de aquella pequeña montaña, que, con no poco esfuerzo, había conseguido coronar.
  Un destello me sacó de mis ensoñaciones y no tuve más remedio que abrir los ojos, bastante molesto por cierto, al pensar que alguien había osado interrumpir mi tranquilidad.

  Para mi asombro, no vi nada a mi alrededor, permanecí un rato escudriñando la oscuridad, pero el destello no volvió a producirse.
  Me dije que seguramente habría sido fruto de mi imaginación y volví a concentrarme en el sonido del silencio.
  Pero estaba claro que ese no iba a ser mi día de suerte, pues un grito llegó hasta mis oídos, llenándolos por completo.
  Pensé que no podía ser, eso era más de lo que estaba dispuesto a soportar, así que, abandoné el lugar en el que me había sentido tan bien momentos antes y me dispuse a localizar el motivo de mi desesperación.
  No tardé mucho en dar con él, pues muy cerca de donde me encontraba, me topé con una farola. Se hallaba tumbada en el suelo quejándose lastimosamente.
¿Qué te ocurre? le pregunté.
Está claro me contestó me he caído y por culpa del golpe, se me han roto los cristales y la bombilla, ¡no podré alumbrar nunca más!
  Y se puso a llorar con tal desconsuelo que acabé uniéndome a su llanto.
Está bien le dije no arreglamos nada con nuestras lágrimas, lo primero que tenemos que hacer es conseguir que te pongas en pie.
Pero, ¡no tengo brazos ni piernas, por lo que no voy a poder hacerlo sola! exclamó.
  Tenía razón, así que me dispuse a hacer acopio de todas mis fuerzas para conseguir llevar a cabo la empresa. Me acerqué a su cabeza y puesto que no tenía cristales, así mis manos a los hierros que la formaban. Pero era imposible, pesaba mucho, bastante más de lo que había pensado y ella no podía prestarme su ayuda. Debía de estar fabricada con hierro macizo, era de las que ya no se utilizaban en las calles. No tuve más remedio que decirle lo que era una obviedad; ¡que iba a necesitar buscar ayuda!
  Lógicamente ella, en su desesperación, me dijo que hiciese lo que tuviese que hacer, que me esperaría allí tendida (la pobre no tenía otra solución) hasta que volviese.
  A los pocos pasos, me di de bruces con un lagarto, al que no tuve reparo en explicarle lo que ocurría y, para mi estupor, en un abrir y cerrar de ojos, le tuve de nuevo delante de mí, acompañado de dos osos y tres lobos y nos dirigimos los siete al encuentro de la farola.
  Al verla tan triste, les pasó lo mismo que me había pasado a mí minutos antes, pero ellos, no dudaron en ponerse manos a la obra para levantarla. En realidad fueron suficientes los dos osos, pues tenían una fuerza descomunal, así que el lagarto y yo nos dedicamos a dar las órdenes oportunas para llevar a buen término el trabajo y los tres lobos, daban ánimos con sus ladridos.
  Una vez la farola estuvo enderezada, se deshizo en agradecimientos, sobre todo conmigo, al que consideraba su salvador. Ahora, nos quedaba conseguir que le arreglasen los cristales y la bombilla.
  Me puse a pensar la manera de poder hacerlo, cuando noté que unas manos me agarraban, zarandeándome con fuerza. Era mi madre quién con bastante estupor me preguntaba:
Pero, ¿qué te ha pasado Alejandro? ¡Has roto la lamparita de tu escritorio!
  Me había quedado dormido encima de mi mesa de estudio y seguramente, de un manotazo, la había tirado al suelo, rompiéndola en pedazos. Pero por toda respuesta, le dije cariacontecido:
¡Ay mamá! ¡Ahora no sabré nunca qué pasó con la farola!     
Julita San Frutos©

4 comentarios:

Marina dijo...

Muy simpático, Julita. Me ha gustado mucho porque, entre otras cosas, me ha hecho sonreir y entiendo que éso es lo que has querido transmitir con este relato. La imaginación puede ayudarnos a ser felices, siempre y cuando pensemos en todas las cosas que nos proporcionan alegría y bienestar. Muchas gracias !

Juli imagina historias dijo...

Si Marina, esa era mi idea, como bien dices, una sonrisa de vez en cuando no hace mal a nadie, pienso que todo lo contrario. Si lo he conseguido contigo no sabes lo que me alegro. Otras veces mis relatos son más serios. Un abrazo.

Helen Pi dijo...

Julita, está claro que tienes una imaginación desbordante.
¡Lo que no se te ocurra a ti!
Yo, al leerlo, también comparto tus dudas y no sé si esto es un relato infantil.
Pero bueno, como siempre, nos haces reflexionar y pensar en nuestros propios sueños.
Y cuántas veces esos sueños no han tenido lógica alguna y nos hemos visto inmersos en un mundo extraño del que sólo hemos salido al despertarnos.
El crío de tu relato en el fondo me da pena porque nunca sabrá qué ocurre con la farola pero, es que yo también tengo la misma sensación, y es que no voy a conocer el final.
Gracias y un saludo.
Helen Pi

Juli imagina historias dijo...

Como te digo siempre Elena, gracias por tu comentario, te tengo que decir que yo también me quedé pensando que pasaría con la farola, pero bueno, como suele pasar cuando uno se despierta de un sueño, se le puede dar el final que se nos ocurra. Un gran abrazo.