sábado, 30 de septiembre de 2017

Martita

¡Ya estamos en Octubre! hay que ver la velocidad a la que pasan las horas, los días, los meses..., así que os dejo un nuevo cuento para que, si os parece, y mientras hacéis un pequeño paréntesis, le dediquéis unos minutos.
Julita
 
 Se habían acabado las vacaciones de verano y Martita, como todos los niños, estaba deseando volver al colegio. Le hacía mucha ilusión encontrarse de nuevo con todos sus compañeros de clase, aunque en el fondo de su corazón sentía un poco de miedo, pues no estaba segura de portarse bien, como había hecho siempre.
  La verdad es que Martita era una niña que nunca había dado ningún problema.
 Pero cuando empezaron las clases y, como ella temía, su comportamiento cambió completamente.
  No pasaba un solo día en que su maestra no tuviese que darle alguna reprimenda o bien castigar por uno u otro motivo; no atendía en clase, no obedecía a nada que le decía…, y cuando le preguntaba, siempre respondía que “no la oía bien” y que por eso no se enteraba de lo que le decía.
  La maestra llegó a un punto en que no sabía qué hacer, pensaba que Martita utilizaba como una excusa el decir que “no oía bien”, aunque le resultaba un poco extraña esa actitud cuando pensaba en la forma en que siempre se había comportado. Fue por eso por lo que decidió llamar a sus padres y explicarles lo que pasaba.
  Los padres de Martita, por supuesto acudieron sin perder tiempo a hablar con la maestra. Le explicaron que también se habían dado cuenta del cambio y que al igual que ella no estaban muy seguros de cómo enfocar la situación;  la niña llevaba un tiempo que en casa no les hacía caso, la reñían, pero ella hacía como que “no oía nada”, solamente se quedaba mirándolos y después seguía haciendo lo que quería.
 También se les había pasado por la cabeza el pensar que decía que “no les oía” simplemente como un pretexto, aunque estaban un poco extrañados, pues esa no era la forma de comportarse de Martita. Dando vueltas y vueltas a la situación, habían decidido que era posible que al tener tantos días libres por las vacaciones y no contar con la disciplina del colegio, el carácter le hubiese cambiado.
  En fin, tanto la maestra como los padres pensaron que por supuesto tenía que haber algún motivo para el cambio que se había producido en ella, así que decidieron hablar con el psicólogo, ya que seguro que él sabría encontrar una solución.
  El psicólogo se reunió con ellos, escuchó atentamente todo lo que le explicaron y después habló con Martita.
  La niña también le dijo que “no oía bien”. Por lo que se quedó muy pensativo, pues dada su experiencia, no le parecía que fuese una excusa. Así que aconsejó a la maestra que hiciese una prueba muy sencilla:
  Cuando esa mañana Martita estaba en su pupitre mirándola seriamente, pero de una forma que daba a entender que no estaba entendiendo nada; la llamó por su nombre en un tono normal, ni muy alto, como solía hacer cuando los nombraba para que prestasen atención, ni demasiado bajo que no se pudiese oír; tampoco la señaló ni la miró directamente. Entonces se dio cuenta de que la niña no hacía ningún movimiento, como si no fuese a ella a quien se dirigían.
  Al ver que todos sus compañeros se volvian a mirarla, fue cuando Martita pensó que era a ella a quién se dirigía la maestra, pero “no había oído” pronunciar su nombre, así que se puso en pie muy extrañada.
─ Martita, ─le dijo la maestra─ me he dirigido a ti para que me dijeses lo que estaba explicando.
─ Es que “no la he oído”, ha hablado muy bajito.
  A la maestra ya no le quedó ninguna duda, pero aun así, preguntó a sus compañeros por si ellos habían notado algo raro. Enseguida le dijeron que sí, que desde que habían reanudado las clases, casi nunca quería jugar con ellos, lo único que hacía era sentarse en un rincón y cuando se acercaban para preguntarle que le pasaba, siempre les contestaba que nada, que únicamente estaba cansada.
  De nuevo la maestra y el psicólogo llamaron a sus padres para decirles que habían llegado a la conclusión de que era cierto lo que Martita decía, que el problema residía en que estaba perdiendo audición y debían llevarla a un especialista.
  Acudieron al médico, quién al reconocerla, confirmó lo que ellos ya pensaban; ¡Martita se estaba quedando sorda! y la única solución era ponerle un audífono, que es un aparato que se coloca dentro del oído y así se puede oír mejor.
  ¡Pero ella no quería que le dijesen eso!, ¡nunca llevaría un aparato en el oído y que todos sus compañeros del colegio se riesen de ella!
  No había manera de convencerla, lloraba y lloraba diciendo que no le pusiesen nada. Cuando por fin consistió, después de que tanto el médico como sus padres le explicasen todas las ventajas que su uso le iba a representar, quedaba la prueba más dura y que no era otra que su primer día de colegio con el nuevo audífono.
  Por eso sus padres no tuvieron más remedio que hablar con la maestra y  contarle lo que pasaba. La maestra, a su vez, se lo contó a todos los niños de su clase y entonces decidieron ponerse manos a la obra.
  Fabricaron entre todos unos aparatitos con tubitos de plástico, tratando de que se pareciese lo más posible a un audífono.
  Cuando Martita llegó al colegio, cosa que hizo casi arrastrada por sus padres, pues se moría de vergüenza, vio que todos los niños iban con un aparato muy parecido al que ella llevaba, y no solamente sus compañeros, no, ¡hasta la maestra y el psicólogo!
  No pudo evitar que se le saltasen las lágrimas ¡qué tonta había sido al pensar que se iban a reír de ella!
  Desde ese momento, al comprobar que “podía oír” y enterarse de todo lo que ocurría a su alrededor, (aunque ya se había dado cuenta en el momento que el médico se lo puso), se sintió mucho mejor, pues escuchaba a sus amigos y a la maestra sin problema y eso logró que su actitud cambiase por completo y volviese a ser la niña que había sido siempre.
  Actualmente todos sus amigos quieren jugar con ella, le dicen que tiene mucha suerte por llevar ese aparato; le preguntan incluso cómo funciona y Martita muy feliz, sintiéndose importante, les explica qué se debe  hacer para que no se estropee, tal y como se lo han explicado a ella, además lo cuida con mucho cariño, pues quiere que sea su compañero por mucho tiempo.
          Julita San Frutos©

 


4 comentarios:

Experiencia, dijo...

Este cuento, Martita, viene a sumarse a otros relatos de Julita cuyo epicentro es la empatía hacia los demás. Tengámoslo presente en nuestras actividades cotidianas. Gracias Julita.

Juli imagina historias dijo...

Gracias a tí Experiencia por decirme todo lo que me dices y que te gusten mis cuentos.

Vegano de Olocau dijo...

Hay que escuchar y ver que hay detrás de muchos comportamientos de los niños. Casi siempre hay un por que y un motivo que les lleva a comportarse de una determinada manera.
Saludos y felicidades por este nuevo cuento

Juli imagina historias dijo...

Gracias Vegano por comprender mis cuentos y por gustarte.