lunes, 3 de abril de 2017

La gatita que quería ser útil


Os dejo un nuevo cuento que como digo siempre, espero que os guste, o al menos,
 que os entretenga lo suficiente para seguir leyendo.


  Esta es la historia de una gatita negra muy bonita llamada Linda que siempre fue muy trabajadora… pero, antes de seguir y para que la podáis conocer bien, vamos a tener que remontarnos a sus comienzos.
  Todo empezó con una niña a la que le gustaban mucho los animales y que un día, cuando iba camino de su casa, le pareció oír unos pequeños gemidos, acercó el oído a un contenedor de basura que se encontraba al lado del camino y sí, era de ahí de donde salían.
Ni corta ni perezosa, se encaramó como pudo y consiguió abrir la tapa, entonces vio una bolsita de plástico con dos bolitas negras que se movían y gemían. Casi cayó dentro del contenedor, pero pudo agarrarla. Una vez en el suelo la abrió y comprobó que se trataba de dos gatitas negras que no tendrían más que unos días de vida.
  Corrió todo lo aprisa que le permitieron sus piernas para llegar pronto a su casa. La verdad es que la niña tenía la suerte de vivir en el campo y cuando llegó, allí se encontraban sus padres, sus dos gatitas las que a partir de ese momento se convertirían en hermanas mayores de las dos negritas que acababa de encontrar, un perrito y una perrita. Desde ese momento, todos se pusieron manos y patas a la obra para conseguir que las gatitas viviesen y fuesen lo más felices posible.
  Así que las gatitas pasaban de unas manos a otras, de unos brazos a otros, se las metían en los escotes para darles calor, las gatas mayores las acurrucaban en su regazo, incluso los perros las lamían para infundirles confianza. Cada uno aportó su grano de arena. Por eso cuando crecieron y se hicieron las gatas bonitas que son ahora, Linda decidió que de alguna forma tenía que agradecer todo lo que la familia había hecho por ellas.
  Y como lo pensó lo hizo, cada día salía de casa con la idea de encontrar alguna cosa que les pudiese resultar útil. Al ser una gata, no tenía muy claro que cosas podrían tener esa cualidad, o sea servir para algo, así que buscaba y buscaba ¡Encontraba una hoja grande y verde! ¡Para casa! ¡Una hoja de alguna propaganda! ¡Lo mismo! ¡Una cinta de plástico! ¡Ale!, se la llevaba con ella...
  Un día no podía creer lo que sus ojos veían ¡Una cuerda larga y de colores! Esta le costó un poco más poder llevarla hasta su casa, la cogió de una punta con los dientes, como hacía siempre y estiró y estiró, hasta que consiguió pasarla por la reja. Siguió estirando hasta que la tuvo toda dentro ¡Fue un gran esfuerzo! ¡No le resultó  nada fácil! ¡Ella era tan pequeña!
− Sí, pequeña, pero no me falta voluntad –Se decía.
  Lo que le pasó es que tuvo que descansar el resto de la jornada porque estaba muy fatigada.
  Pero como ella siguió con sus paseos, en una ocasión se encontró una bolsa de plástico nueva y notó que dentro había algo.
─ ¡No sé lo que será, pero seguro que sirve para algo.
  Y tuvo razón, era un filtro para la depuradora de la piscina completamente nuevo, o sea sin estrenar ¡Nadie lo había usado!  Así que esto le dio más valor para continuar.
− ¿Qué será aquello que veo a lo lejos? ─se preguntó una vez aguzando la vista.
  Se acercó y era una placa blanca muy grande, la levantó y se dio cuenta de que pesaba muy poco para el tamaño que tenía. No sabía si valdría para algo, pero siguiendo la idea que se había formado, la agarró con los dientes por un extremo y la estiró y arrastró por toda la calle hasta que llegó a su casa, pero al estar delante de la verja se dio cuenta de que le iba a ser imposible meterla con el tamaño que tenía.
− ¿Ahora que hago? Tengo que conseguir que esté dentro de casa para cuando vuelvan todos.
  Se estrujó la cabeza y encontró la solución (es lo que suele ocurrir cuando se piensa lo necesario). La fue partiendo en pedazos de forma que cada uno de ellos le cupiese por los barrotes. ¡Por fin pudo verla toda dentro del jardín! Hubiese preferido haberla podido meter entera, pero eso había sido imposible ¡Ahora si que estaba cansada! Decidió descansar tumbada en el césped.
  Cuando la familia llegó, se encontró medio jardín cubierto por trozos de corcho blanco y enseguida supieron quién había sido la artífice de semejante trabajo.
  Cada vez que Linda hacía esos grandes esfuerzos para conseguir llevar a casa todo lo que se encontraba, el resto de los animalitos, o sea las dos gatitas mayores, su hermana, el perrito y la perrita, se limitaban a mirarla sin entender muy bien cual era el propósito, no les resultaba fácil comprender el pensamiento de la gatita ¡Desde luego a ellos nunca se les hubiese ocurrido!
  Siguiendo con sus expediciones, un día decidió pasar a la casa de al lado y cuál sería su sorpresa cuando se topó con dos zapatillas preciosas y nuevecitas, estaban justo delante de la puerta de entrada.
− Tienen que ser para mí –Se dijo.
  Le iba a resultar muy difícil llevárselas a su casa ¡Eran casi tan grandes como ella! Pero a Linda habían muy pocas cosas que la acobardasen, así que cogió una con los dientes, como solía hacer siempre y estiró, arrastró, estiró, arrastró hasta que la tuvo fuera de la casa. Recorrió el espacio que separaba una casa de la otra y llegó a la verja, acercó la zapatilla todo lo que pudo, se metió dentro, la cogió de nuevo con los dientes y estirando pudo meterla en el jardín.
  ¡Bueno, ya tenía una, ahora le tocaba volver a por la otra!
  Y eso fue lo que hizo. Se adentró en el jardín de al lado, se fue donde estaba la zapatilla y repitió la misma operación. Pero cuando ya la tenía agarrada con los dientes levantó la vista y se dio cuenta de que al lado, en una silla había un vestidito monísimo.
− ¡Volveré a por él después!
  Arrastró la segunda zapatilla, la estiró, la empujó cuando le hizo falta y una vez dentro de su casa la colocó al lado de la que había traído anteriormente. Regresó con mucho sigilo (esto es algo que los gatos saben hacer de maravilla), a la casa de al lado para coger el vestido que había visto en la silla, tiró de él y se lo llevó arrastrando, (como no podía ser de otra manera) pero cuando estaba en plena operación le pareció oír un lamento, paró y se escondió entre unos matorrales.
 Tuvo la precaución de esconder también el vestidito. Entonces, aguzó el oído para tratar de averiguar que era lo que pasaba. Sacó un poco la cabeza de su escondite y vio a la niña, que debía de ser la dueña de la ropa, llorando desconsoladamente por no encontrarla.
 A Linda le daba mucha pena oírla llorar, pero le había costado mucho poder llevar las zapatillas a su casa y además ¡Eran tan bonitas!
- ¿Qué voy a hacer?
  Tenía una gran confusión, si se quedaba las zapatillas y el vestidito, la niña iba a llorar y llorar, además sus padres seguro que la reñirían, pero si se los devolvía ¿Qué les daría a su familia? Tendría que buscar de nuevo. Bueno eso era lo que hacía todos los días, así que en realidad para ella no suponía demasiado esfuerzo.
 Asomó la cabeza y vio que la niña se iba a la parte de atrás de la casa, así que arrastró el vestido y lo dejó en el suelo al lado de la silla donde lo había encontrado. Regresó a su casa, cogió una de las zapatillas e hizo el mismo camino que había hecho las otras veces, pero en sentido contrario. La dejó cerca del vestido y volvió a por la otra. Cuando estuvo de regreso la puso al lado de la primera.
 De vuelta en su casa, se tumbó a descansar y pudo oír a la niña que reía contenta porque había encontrado su ropa.
− ¡Seguro que ha sido mi hermano que ha querido gastarme una broma! ¡Siempre está igual!
  Linda se durmió y soñó que la niña la cogía en sus brazos la acunaba y la besaba ¡Le gustaban tanto los mimos! Desde ese día nunca ha vuelto a entrar en ninguna otra casa que no sea la suya, se dedica a buscar por la calle: Hojas de árbol, hojas de revistas, periódicos, cartas perdidas, bolsas de plástico… En fin, todo lo que a ella le parece que puede resultar práctico para su familia.
  No hace mucho que hemos podido enterarnos de que la van a nombrar barrendera oficial, pues desde entonces la calle está mucho más limpia.
            Julita San Frutos©

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