Hubo una vez en un bosque un búho al que
todos los habitantes de los alrededores llamaban Ojines.
¿Por qué le pusieron ese nombre? ─Te
preguntarás─ porque cuando miraba entornaba mucho los ojos, tanto, que casi
llegaba a cerrarlos.
Los búhos, como estoy segura que sabes,
siempre tienen los ojos muy abiertos y por la noche aún los abren más, porque
así distinguen todo lo que les rodea. Ese es el motivo por el que lo que hacía Ojines
les resultaba tan extraño a todos sus amigos.
─ No los cierro,
es que no consigo ver bien con ellos abiertos así que los entorno hasta casi
cerrarlos, para fijarme mejor en las cosas.
Pero los animales del bosque estaban muy
preocupados porque nunca habían conocido a ningún búho al que le pasase lo que
le ocurría a Ojines, así que un día
decidieron reunirse para encontrar una solución. Hablaron y hablaron, pero no
conseguían que se les ocurriese nada.
Cuando ya llevaban más de media mañana dando
cada uno su opinión, el conejito Rufo
decidió tomar la palabra:
─ Todos los
días, al caer la tarde, pasan por el bosque un padre y su hijo que vuelven a su
casa para descansar. Los he estado observando y me parecen muy buenas personas,
yo creo que a lo mejor ellos saben que se puede hacer.
Todos estuvieron de acuerdo con la idea de Rufo; la verdad es que ninguno más había
tenido otra. Pero claro, no era tan fácil; tenían que conseguir de
alguna manera llamar la atención del padre y del hijo sobre Ojines.
Así que de nuevo, ¡vuelta a pensar y pensar!
─ ¡Ya lo tengo!─habló
de nuevo Rufo─ Tenemos que conseguir
que Ojines se tumbe en el camino, un
momento antes de que vayan a pasar, así creerán que está enfermo y se lo
llevarán para curarle; estoy seguro de que en cuanto se fijen en él, se darán
cuenta del problema.
─ Pero ¡no va a
ser tan fácil convencer a Ojines para
que se tumbe en medio del camino! sabéis que es muy cabezota.
─ Pues
¡tendremos que conseguirlo! ─dijo Rufo
con todo el convencimiento de que fue capaz.
Dieron por terminada la reunión y todos
juntos se encaminaron en busca de Ojines.
Le encontraron encima de su árbol favorito y como siempre, entornando los ojos
para poder ver alrededor.
Le explicaron la idea de Rufo, y sin dejarles siquiera terminar les dijo:
─ Ni hablar,
¿estáis locos? ¿Cómo voy a tirarme en medio del camino y fingir que estoy
enfermo? Además, ¡yo no sé fingir!
─ Pues tú verás
─habló Rufo, que al fin y al cabo era
el que había tenido la idea─ nosotros no sabemos como ayudarte con tu problema
y no puedes seguir así, pero ellos seguro que si
encontrarán una solución.
Tanto le insistieron, que al final acabó por
ceder; así que esa tarde se tumbó en el camino, como le habían dicho, justo un
momento antes de que pasasen el padre y el hijo.
Todos sus amigos se escondieron entre los árboles
para que no les viesen, pero de forma que ellos si pudiesen ver lo que iba a
ocurrir ¡por nada del mundo querían perdérselo!
Como Rufo
había supuesto, al verle, el padre se agachó enseguida y con mucho cuidado le
recogió del suelo y se lo llevaron.
Cuando llegaron a su casa, le prepararon un
cojín, para que estuviese cómodo y le observaron detenidamente para saber qué
le pasaba.
A Ojines
no le habían dicho cuanto tiempo tenía que estar haciéndose el enfermo, así que
cuando le pareció suficiente, decidió abrir los ojos muy despacio, como si se
fuese encontrando mejor, pero claro, cuando quiso fijarse en el padre y el
hijo, tuvo que entornarlos como tenía que hacer siempre.
Al padre le pareció muy rara la forma en que
el búho miraba (ellos no sabían su nombre, así que únicamente le llamaban Búho), por lo que decidió cogerle de
nuevo y llevarle al veterinario.
Con el primer vistazo, el médico ya tuvo muy
claro el problema, así que les dijo:
─ ¡Este búho es
miope!
El padre y el hijo se miraron el uno al otro
sin saber que hacer, nunca se habían encontrado con un caso semejante; por lo
que le preguntaron:
─ ¿Qué se puede
hacer?
─ ¿Habrá que
ponerle gafas!
Así que el veterinario le probó y le probó
hasta que encontró unas que le resultaban perfectas y que con ellas Ojines no entornaba los ojos para mirar.
Le acercaron a un espejo para que se mirase y
se encontró tan guapo que enseguida pensó en lo que dirían sus amigos cuando le
viesen.
Sonrió lo mejor que pudo a sus tres nuevos
amigos y quiso besarles, pero como no lo había hecho nunca, no tenía ni idea de
cómo se hacía, así que lo único que se le ocurrió fue levantar las alas en
señal de agradecimiento.
El padre y el hijo volvieron al bosque y
dejaron a Ojines en el suelo,
enseguida voló hasta una rama y allí de nuevo les saludó levantando las alas.
A partir de ese día, Ojines no volvió a entornar los ojos para mirar alrededor, ahora
miraba con ellos muy abiertos, como hacían todos los búhos. Sus amigos, cuando
fueron a saludarle, coincidieron con él en que estaba muy guapo con sus gafas.
Ahora el nombre de Ojines ya no era tan adecuado a su nuevo aspecto, así que
decidieron llamarle Gafitas.
Como es normal, Gafitas siguió viviendo en el bosque, pero todas las tardes
esperaba subido en una rama a que pasasen el padre y el hijo, ellos le
saludaban levantando la mano y él agitaba las alas mientras decía:
─ ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! ¡Que es el saludo universal de los
búhos!
Julita San Frutos©

4 comentarios:
Es precioso no se como tiene esa imaginación, es total, escribe muy bien, yo no se como no está ya publicando, claro, es que no tiene padrinos.
Una bonita historia sobre la colaboración y la resolución de problemas. Poniendo como base la hipotética confianza de los animales en el ser humano, por la que muchas personas luchan cada día, con la intención de ayudar y servir a la naturaleza.
Si este comportamiento se generalizara sería maravilloso.
Gracias por mostrarlo de un modo tan ameno.
Gracias por decir que resulta ameno, espero que todos los demás también lo sean.
Me alegro que te guste y al menos me pueden leer por aquí.
Publicar un comentario