Buenos días, ya estamos a día 1 de octubre de 2025 y para continuar con mi costumbre, publico un nuevo relato del que voy a dar una pequeña explicación:
Este verano decidí presentarme a un concurso titulado EL LEGADO DE SUS MANOS. Como últimamente mi cerebro no está muy bien, en las bases leí que había que utilizar un máximo de 500 palabras, así que me puse manos a la obra.
Cuando rellené todos los datos, tal y como pedían, el sistema me dijo que me sobraban dos mil y pico caracteres. Fue en ese momento que caí en la cuenta de lo que pedían en realidad, así que tuve que reducir y reducir hasta que lo conseguí.
Por cierto, fue seleccionado y aparece en el libro del mismo título publicado por Diversidad Literaria.
El original, el de las 500 palabras, es el que pongo a continuación.
En fin, un saludo afectuoso para tod@s l@s que me leéis.
Julita
Algunas noches, cuando el sueño no quiere acudir a mi encuentro, mi mente recuerda episodios de mi infancia, esa infancia que muchos de nosotros hemos tenido ligada a nuestros abuelos.
La mirada de mi abuelo era amable y pícara a la vez. Las líneas de expresión que rodeaban sus ojos le ayudaban a dulcificarla. Me gustaba pasar mis dedos por los surcos de su cara y dibujarle una sonrisa estirando sus labios.
Cuando sus manos rugosas me acariciaban y sujetando las mías me entregaba, como cada domingo, aquella moneda de chocolate que escondía en ellas, le abrazaba con gran efusión depositando en su rostro ajado el mejor de mis besos.
Uno de los días, debió de pensar que sería divertido darnos una de esas monedas a cada uno de los hermanos, pero advirtiéndonos de que únicamente era para el que en ese momento la recibía. Nos hizo prometer que no les diríamos nada a ninguno de los demás y, qué decir tiene, que lo cumplimos.
Para mí, con mis cinco años, el pensar que podía ser la preferida de mi abuelo fue como un sueño y al momento guardé aquella moneda en el bolsillo de mi vestido.
Siempre nos contaba historias que, por supuesto escuchábamos con fruición, pues nos resultaban muy entretenidas, así que ese domingo, mientras nos encontrábamos rodeándolo para oírle mejor, nos preguntó si cada uno teníamos una moneda de chocolate, pero nosotros callábamos, no queríamos romper la promesa que le habíamos hecho.
Nos miraba con aquella mirada suya que tanto adoraba, mientras que con la mano derecha se tapaba la boca y sus ojos se empequeñecían, tratando de disimular la carcajada que pugnaba por abrírsele paso.
Nosotros nos mirábamos unos a otros, pero no salíamos de nuestro mutismo, así que no tuvo más remedio que ser él el que destapó el engaño librándonos de nuestra promesa y haciéndonos que las enseñásemos.
Ese día nos dio una moneda más a cada uno, supongo que, por el remordimiento por habernos tomado el pelo, pero y aunque mi padre le reprendió, pienso que para él fue una gran experiencia comprobar que sus nietos eran capaces de hacer lo que les pidiese, aunque ello, como nos pasó, redundase en nuestro propio beneficio.
Pasaron los días y mi abuelo siguió llegando a su cita, pero un domingo no vino a casa. Preocupados preguntamos por él y nos dijeron que estaba muy enfermo. Cuando nos llevaron a verle estaba postrado en la cama, con la tez muy pálida. Me acerqué a besarle y con un hilo de voz me dijo:
—¡Ya no voy a poder llevaros monedas de chocolate! —Mientras de sus ojos se escurrían unas lágrimas.
Han pasado muchos años, ahora yo tengo la edad que tenía él en aquellos días, pero por alguna razón, el episodio de las monedas de chocolate entregadas en secreto, se me ha quedado grabado en la memoria unido al recuerdo de una de las personas más importantes para mí: “MI ABUELO”
Julita San Frutos©
4 comentarios:
¡Cuánta ternura en cada palabra! Te felicito por el relato, pero más aún por haber podido vivir estas ternuricas de abuelo. Gracias por compartírnoslas, Julita. No tuve estas vivencias por no conocer abuelos, y me hace sentir bien vivirlas a través de tu relato.
Gracias a ti Ester por leerme y por comentarme. No disfruté de mi abuelo mucho tiempo, pues murió poco antes que mi padre, yo tenía 8 años, pero eso sí, a los dos los tengo en mi memoria y eso es algo que nada ni nadie puede quitarme.
Un abrazo.
Julita
En efecto, todos esos recuerdos están grabados en nuestras mentes para siempre. Pero es una suerte que una de las personas que han vivido esos momentos los compartan tan bien, años después, con los demás. Gracias Julita.
Gracias Marina, me encanta recordar esos momentos tan emotivos y más me gusta que te guste que los recuerde.
Un abrazo muy fuerte.
Publicar un comentario