miércoles, 1 de enero de 2025

LA VIDA EN SEMIOSCURIDAD

Feliz 2025, que los hados, las hadas, duendes, musas, dioses y demás personajes mitológicos os sean propicios en este año que acabamos de comenzar.

Por cierto ayer, mientras esperábamos el momento de que el reloj de la Plaza Mayor de Olocau diese las 12 campanadas, cosa que hace un poco regularmente, se me ocurrió un pequeño poema para el 2024 que acabamos de despedir y el 2025 que hemos recibido. Es cortito, así que no os cansaré demasiado. Dice así:

Adiós 2024

nos desprendemos de ti temblando,

pues nos diste grandes palos

que habrá que ir superando.

2025 te pedimos,

si es que no es mucho pedir,

que te apiades de nosotros

y dejes de hacernos sufrir.

Bisiesto ya no serás

y un día menos tendrás,

a ver si entras en razón

y te despedimos mejor.

Después de este paréntesis os explico que el relato que publico hoy está basado en una experiencia que viví el 21 de febrero de 2022 mientras llevábamos a cabo una de nuestras muchas actividades.

Leerlo y podréis juzgarme.

 

  En cuestión de un momento, mi visión de la vida se redujo a unos cuantos centímetros velados por una especie de rejilla que distorsionaba totalmente la realidad.

  Quise remontarme a mi niñez, la época en la que “La gallinita ciega” formaba parte de nuestros juegos, pero en el presente, y a diferencia de entonces, no encontré ninguna mano amiga a la que aferrarme para qué, al girarme, me acercase a la persona que tenía que reconocer.

  Me sentí aislada, olvidada, despersonalizada… dentro de mi semioscuridad. Era como un burro al que le han puesto las “anteojeras” para que vea únicamente lo que tiene delante, pero en mi caso, con la opacidad suficiente como para sentirme agobiada.

  Para poder hacerme una idea de la realidad que me rodeaba, no tenía más remedio que girar totalmente la cabeza a derecha e izquierda. Ni siquiera me veía los pies, por lo que no sabía muy bien donde los ponía. En varias ocasiones pisé la tela que me cubría por completo y que arrastraba, obligándome a dar traspiés, por lo que estuve a punto de caerme. Acabé con los bordes mojados, debido al agua que cubría parte del camino, y cubiertos de polvo.

  Me dije que las mujeres afganas, a las que obligan a salir a la calle cubiertas por el burka, se debían de sentir como yo me estaba sintiendo en ese momento, pero con la diferencia de que para mí era un experimento y para ellas una imposición.

  Así que me pregunté, como había hecho tantas otras veces y en tantas ocasiones diferentes, ¿cómo podía ser que en pleno siglo XXI los hombres continuasen aprobando leyes con las que el único propósito es el de denigrar a las mujeres?

  Como no podía ser de otra forma, la tristeza se apoderó de mí y me alegré de haber nacido en Occidente, pero es una pena que tu forma de vida tenga que venir determinada en tan gran manera por el lugar en el que ves la luz por primera vez.

  Me quité esa prenda y entonces se la devolví a la persona que me la había cedido (yo no la tenía que llevar pues mi personaje, al parecer, no la necesitaba), solo había querido probarla. Por supuesto le agradecí que me hubiese permitido vivir esa experiencia que me ayudaba a solidarizarme con nuestras hermanas de Oriente y no dudé en preguntarle si ella lo había llevado alguna vez. Me dijo que no, que, aunque ella es afgana, lleva 6 años en España y nunca hasta ese momento había sabido lo que se siente dentro de ella.

  Aproveché para comentar nuestras impresiones y no dudó en coincidir conmigo en la sensación de opresión que se siente cuando tienes que llevarlo y lo denigrante que resulta que te obliguen a ello.

  Toda su familia sigue en Afganistán y está en contacto con ellos. Tienen la suerte de vivir en un pueblo, por lo que su vida no ha cambiado mucho desde la nueva llegada de los Talibanes, pero ella, junto a su marido y sus dos hijas, prefiere seguir viviendo en España. ¡Qué triste que también te sientas obligada a dejar tu país, tu familia y tu forma de vida para empezar otra completamente diferente porque “algunos” lo hayan decidido así.

  Dieron la voz de que teníamos que estar preparadas y ocupamos nuestra posición junto a nuestros compañeros y compañeras para que pudiesen seguir trabajando. Por el megáfono se escuchó una palabra:

                                              ¡ACCIÓN!

Julita San Frutos©

 

 

2 comentarios:

Marina dijo...

Está muy bien. Me ha gustado mucho. Lamentablemente, desde su "aparición", muchos humanos (demasiados) han buscado dominar a sus semejantes. Y desgraciadamente también, muchos se han dejado manipular por miedo, codicia o diferentes razones. Pero la explotación del hombre por el hombre es inadmisible e indecente. Una vez más, hay que reconocer que los avances de la ciencia o tecnológicos no han modificado en nada la actitud de los humanos.

Juli imagina historias dijo...

Cuanta razón tienes Marina, por mucho que el ser humano avance tecnológicamente nunca va a cambiar su forma de pensar, tiene que intentar y conseguir manipular a los demás utilizando todas las artimañas que pueda.
Como siempre un fuerte abrazo.