Como supongo que sabéis, desde hace ya unos cuantos años, el 25 de noviembre se celebra EL DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER. Por ese motivo, el año pasado y dentro de los actos de conmemoración que llevó a cabo Dones d'Olocau, escribí y leí este relato. Con él, quiero destacar la importancia que tiene la sororidad de su entorno, para la persona que sufre un maltrato, pues es la mejor forma de que pueda salir de esa situación, con vida.
Julita
Acurrucada en un rincón, Carmen sorbe los
mocos e intenta contener el torrente de lágrimas que asoma a sus ojos, sin
conseguirlo.
No puede moverse y la culpa se debe a que su
cuerpo no responde a ningún movimiento, pues cada vez que lo intenta, siente un
dolor desgarrador. Pero, no es el único motivo, lo peor es la angustia que le
atenaza las entrañas al pensar que quizá él
aún esté cerca.
No oye sus jadeos ni su respiración agitada,
pero, en más de una ocasión, al creerle dormido o ausente, se ha incorporado y
su cuerpo ha vuelto a recibir sus golpes.
Tiene que salir de esa situación, no puede
continuar indefinidamente aguantando sus malos tratos día tras día, pero no es
capaz de encontrar una solución satisfactoria para cambiarla.
Debería denunciarle en cuanto pudiese, pero
no está segura de que sirva de algo, piensa que si lo hiciese, su ira se
acrecentaría y con ella las palizas, los insultos, las amenazas…
Se encuentra en un callejón sin salida. No
tiene contacto con sus amigas de siempre, incluso con su madre y el resto de su
familia, intenta alargar en lo posible acercarse a ellos, no quiere que vean su
cuerpo magullado. Está segura de que, ante su inquisitorio interrogatorio, se
desmoronaría y acabaría contando la verdad entre lágrimas y sabe que eso es
algo que no puede hacer, él se lo ha
advertido muchas veces con sus amenazas:
─
¡Si dices algo, te mataré!
Ahora se pregunta si no sería mejor que
acabase de una vez con tanto sufrimiento, cuando un sonido que llega a sus
oídos, algo así como un ding…dong… constante,
la saca de su ensimismamiento. Piensa quién podrá ser el que llama con tanta
insistencia, pues hace tiempo que no reciben ninguna visita. Ella no está en
condiciones de acercarse a la puerta, abrirá él y pondrá la excusa que suele utilizar; que ella no está en casa,
que ha salido…
En ese momento, unas voces amenazantes y
conocidas se acercan al lugar donde ella se encuentra. Entre las lágrimas
distingue a su madre, a su hermana y a sus amigas, quienes la abrazan e
intentan consolarla, tratando de infligirle el menos dolor posible. No se
atreve a alegrarse, a él no le ve,
seguro que la estará acechando y en cuanto se vayan reanudará los golpes con
más intensidad.
Con todo el cariño de que son capaces, la
ayudan a sentarse en una silla. Está temblando y no quiere abrir los ojos,
piensa que si es un sueño prefiere no despertarse, pero su madre le pide que lo
haga, que levante la vista y sea espectadora de lo que se representa delante de
ella.
Cuando por fin se decide a hacerlo, le ve esposado y sujeto por dos
policías, su mirada es feroz, vengativa, rencorosa… y Carmen cierra de nuevo
los ojos para evitarla.
Camino del hospital, en una ambulancia que la
transporta, su madre la abraza con cariño, mientras su hermana le aprieta las
manos para infundirle ánimo. Cuando por fin la suben a la habitación, allí se
encuentran todas sus salvadoras, sabe que después vendrán sus reproches
cariñosos por no haberles expuesto lo dramático de su situación.
Le queda un largo camino por recorrer. A sus
explicaciones inconexas amparándose en el miedo sufrido y al hecho de hacer
frente a la realidad de las denuncias y el papeleo, se unirá el horror de un
juicio en el que se cuestionará su posible culpabilidad en el exacerbamiento de él. Pero
por una vez en mucho tiempo se siente fuerte y segura. Intenta fundirse en un
abrazo con todas ellas, pero su cuerpo dolorido no le permite hacerlo.
No es necesario que lo haga, ahora está
segura de que la acompañarán, de que lucharán por ella y con ella, no dejándola
desfallecer, hasta que ese episodio de su vida sea únicamente un recuerdo en
alguna parte de su memoria, un pequeño vestigio de lo que no tuvo que ser, pero
que le ayudará a ser más fuerte y sobre todo… “Libre”
Julita San Frutos©

6 comentarios:
Me parece un relato muy fuerte, pero que refleja la realidad que estamos viviendo. En éste el final es bueno, pero no ocurre la mayoría de las ocasiones. Como te digo siempre, continúa con tus relatos, quizá alguna vez te los tengan en cuenta. Un abrazo.
Jose
Seguiré escribiendo mientras mi cerebro me lo permita y desde luego, espero que sirvan para algo mis relatos. Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo también para tí.
Julita
Sí, Julita, sólo la sororidad (una palabra que no conocía hasta hace poco, pero que ilustra perfectamente tu propósito) puede ayudar en casos tan difíciles y dramáticos como el que relatas. Yo he perdido toda esperanza en el ser humano porque, desgraciadamente, que tales casos suelan ser corrientes en el siglo XXI, en países supuestamente desarrollados, es inimaginable. Y tanto la sororidad, como la solidaridad, tendrán un impacto beneficioso porque atajarán el mal en la raíz. Por un lado, el apoyo de la familia y, por otro, la acción de las autoridades, que deberían dejar de lado la "complacencia" para atacar de raíz el problema.
Sigue denunciando ! Cuánta más gente se involucre, mejor será el resultado.
Gracias Marina, a mí me pasa como a tí que el ser humano (bueno alguno se salva) cada vez me decepciona más y me gustaría creer que algún día todo cambie. Como dice una amiga, poder contar (supongo que sería a nuestr@s bisniet@s) que hubo una época en que existía la violencia contra las mujeres y que fuera un mal recuerdo, pero está costando mucho. Por mi parte continuaré tratando de remover conciencias.
Es un relato sobrecogedor, terrible y, por desgracia, de actualidad. ¿Cómo puede un hombre sentirse persona con este comportamiento?
¡Es tan horrible!
Yo, por fortuna, y en la actualidad, no tengo a nadie en mi familia ni entre mis conocidos que esté viviendo un calvario semejante. Aunque hace unos cuatro veranos, en que las ventanas están más abiertas, los vecinos oíamos gritos de mujeres que venían de uno de los adosados alquilados de nuestra calle. Parecían llantos pero no podíamos entender qué decían. Como seguramente fuimos varios los que avisamos a la policía, nos enteramos que era una familia china que había montado en el sótano un taller ilegal con máquinas de coser y había varias mujeres "trabajando" en muy malas condiciones.
Y eso me lleva a la siguiente reflexión. En nuestro país hay maltrato y casi a diario vemos por televisión mujeres que han muerto, denunciando o no, a su maltratador. Mucha ley, mucha manifestación, muchos minutos de silencio que, por lo general y, lamentablemente, no sirven de nada. Parece que seguimos anclados en el pasado.
Pero, si nosotros estamos en épocas antiguas, ¿cómo están en otros países?
A veces me pregunto, qué ocurrió con estas mujeres que estaban siendo explotadas. Ya no están en mi calle, nosotros ya no las oímos gritar, pero ¿dónde estarán ahora y qué seguirán aguantando?
Está claro que la denuncia constante y la visibilidad del grandísimo problema hace que mucha gente se conciencie, pero me da miedo que, al final, la sociedad se acostumbre.
Hacen falta muchos recursos para intentar paliar, al menos un poco, esta situación. Porque sólo con manifestaciones, ya se ve que esto no va a cambiar. Las mujeres muertas sólo son un número. La que hace 27 o la que hace 52.
Ahora mismo estoy viendo en el televisor otra mujer asesinada. En Toledo y delante de sus hijos. Ésta es la número 4.
Esto es tremendo y parece mentira que tengamos que convivir todavía con esta lacra. Y, para más inri, en países a los que consideramos desarrollados y mucho mejores que el nuestro, también ocurre lo mismo. En Francia, Alemania, Países Nórdicos...
¿Qué estamos haciendo tan mal?
Helen Pi
Esa pregunta también me la hago yo, pues no sirven las denuncias, si el maltratador decide acabar con la vida de la maltratada, lo hace, exista denuncia o no.
A veces me pregunto si no será que no quieren perder su hegemonía, pero si retrocedemos en el tiempo, nos damos cuenta de que la mujer ha sido maltratada de una forma o de otra, entonces me hago otras preguntas:¿No evolucionamos como personas? ¿Lo hacemos únicamente en cuanto a tecnología? ¿No somos capaces de empatizar con nuestros semejantes? Y la única respuesta es que no y entonces pienso que es triste que estemos en continua lucha con nosotros mismos y no podamos dejar un mejor futuro a las generaciones que nos siguen.
No quiero ser pesimista, quizá en algún momento alguien encuentre una solución a nuestra falta de humanidad.
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