Hoy día 1 de noviembre, en el que celebramos la festividad de todos los santos, y teniendo en cuenta que mañana conmemoramos el de los difuntos, he querido publicar un relato en el que intento hacer un guiño a la vida.
Julita
Sara entró en la
cocina, preparó la cafetera y esperó pacientemente a que el borboteo hiciese
eco en sus oídos y el agradable olor del café crease comunión con ella.
Cogiendo entre sus
manos la humeante taza, se sentó a la mesa y recordó todos los pasos que tanto
ella como Luis habían tenido que dar para poder llegar a ese estado de
tranquilidad y aceptación en el que ahora se encontraban.
Cuando supieron que
una niña venía en camino, se sintieron las personas más felices del mundo y
estaban seguros de que nada podría enturbiar su felicidad. Sería una niña
perfecta, no le faltaría ni le sobraría nada. En ese sentido acribillaban a
preguntas al ginecólogo en cada visita y cuando les aseguraba que todo iba por
buen camino y que no existían problemas, llegaban a casa y celebraban su
suerte.
Pero como la
felicidad es volátil, no tardó en desencadenarse la tragedia (pues para ellos
lo fue en grado sumo).
Cuando la pequeña
nació y el médico les dio la noticia haciéndoles partícipes de sus sospechas,
ellos no quisieron creerle, se negaron a reconocer lo que luego fue un hecho.
No tardaron en acudir al pediatra, quién con todo el dolor de su corazón, tuvo
que corroborar la predicción de su compañero de profesión. Ellos, que habían
acudido a la visita con el alma encogida y los dedos cruzados, tratando de que
fuese únicamente un mal presentimiento que se diluiría según fuese pasando el
tiempo, tuvieron que enfrentarse a la realidad de que la niña era ciega.
Ahora, Sara piensa
en las lágrimas que derramó y en las que hizo que Luis derramase, por no querer
aceptar lo que era un hecho. No se sentían capaces de plantar cara a la
adversidad, como hubiesen tenido que hacer, para que lo que consideraban un
castigo se convirtiese en la luz que podía iluminar el camino que recorrerían
juntos los tres.
¡Se sentía incapaz
de aceptarlo! ¿qué iba a hacer ella con Lara? era la pregunta que se formulaba
continuamente, sin darse cuenta de que únicamente cambiando las palabras
hubiese podido encontrar la respuesta: ¿qué podría hacer ella por Lara?
Consultaron a
especialistas tratando de que alguno les dijese lo que querían oír: «No se
preocupen, es una ceguera pasajera››. Pero no fue así y la niña no veía, no
vería nunca.
Ahora le parece
mentira que pudiese ofuscarse de aquella manera, no escuchaba consejos, hacía
oídos sordos a los comentarios que la hacían sobre otros niños en las mismas
circunstancias y que habían aprendido a defenderse solos ante la vida.
Como era natural,
Lara empezó a crecer y al hacerlo, como les ocurre a todos los niños, se le
despertó la curiosidad, así que se acercaba a su madre con las manitas
extendidas para tantearla y poder grabar en su memoria todos y cada uno de sus
rasgos. Pero Sara era incapaz de evitar que las lágrimas le resbalasen por las
mejillas cuando pensaba que su hija nunca iba a poder verla. La niña,
lógicamente, no se daba cuenta del sufrimiento de su madre y hacía lo mismo con
su padre con el que reía cuando con su incipiente barba la pinchaba.
Las voces fue lo
primero que aprendió a reconocer, así que giraba la cabeza dirigiéndola al
lugar de donde salían, sin equivocarse nunca. Todos y cada uno de sus juguetes
fueron examinados a conciencia y llevados a la boca para probar su sabor. Los
que más le gustaban eran los que emitían algún sonido, le resultaba más fácil
reconocerlos.
Quizá para suplir en
parte su minusvalía, Lara era la niña más cariñosa que nunca hubiesen podido
imaginar. Sus abuelos estaban locos con ella y se dieron cuenta de que lo que
más le gustaba era que la hablasen muy despacio y sobre todo con mucho cariño y
que la acercasen objetos que ella pudiese examinar, mientras le repetían una y
otra vez el nombre. Lo único que la sobresaltaba eran los ruidos fuertes, por
lo que procuraban evitarlos.
Cuando empezó a
mantenerse en pie, reclamaba, como es natural, la mano de un adulto y con la
que tenía libre, tocaba todos los muebles que se encontraban a su alcance.
Después llegaron sus
primeros pasos sin ayuda, tardaron un poco, pues necesitaba estar segura de
poder darlos. Sara en su obcecación, quería retirar cualquier cosa que
entorpeciese el paso a su hija, pero su madre con muy buen criterio le dijo que
no, que únicamente apartase los que de verdad pudiesen estorbar, pero los
muebles debían de permanecer en su sitio, pues no en vano había pasado mucho
tiempo la niña tratando de ubicar cada uno de ellos.
Poco a poco, la
mente de Sara fue cambiando y acostumbrándose a la minusvalía de la niña, casi
sin darse cuenta, se vio cogiéndole las manitas y acercándoselas a todos los
objetos, mientras la explicaba cómo eran y que nombre tenían. Las lágrimas
dejaron de aparecer a sus ojos, con lo que consiguió que Luis tampoco las
derramase. Empezaron a compartir juegos de tal forma, que a veces olvidaban su
carencia.
Ahora sí que quería
saber, le interesaba todo lo que podían decirle para hacer más llevadera su
situación, ya no hacía oídos sordos a los consejos, sino todo lo contrario,
estaba ávida de saber, de informarse. De esa forma y siguiendo uno de los
consejos recibidos, un día se encaminaron los tres al edificio de la ONCE donde
les apoyaron y disiparon todas sus dudas.
Lara empezó el
colegio y a él acuden todos los días madre e hija, a veces también puede
acercarse el padre. En la puerta y antes de perderse dentro del edificio, la
niña gira la cabeza y con un movimiento de su mano, se despide sonriente para
dedicarse a sus quehaceres, hasta que llegue la hora en que volverán a
buscarla.
Sara sabe que su
hija afrontará el futuro con energía y que ellos estarán ahí para ayudarla y
apoyarla en todo lo que decida, ¡es su niña! ¡lo mejor que la vida le ha podido
dar!.
De repente mira el
reloj y se da cuenta de que con tanto pensar se le está haciendo tarde para ir
a buscar a Lara. Suspira, deja la taza dentro de la pila pensando que ya la
fregará después; se coloca el abrigo y colgándo el bolso en su hombro, cierra
tras de sí la puerta de su casa y se encamina al colegio a por su hija.
Ya en la calle, la
risa aflora a sus labios, es una risa fresca, alegre, llena de esperanza, que
hace girar la cabeza a la mayoría de los transeúntes, pero consigue borrar de
su memoria los días aciagos que nunca debieron de existir.
Julita San Frutos©

16 comentarios:
Bravo Julita. Dentro del dramatismo de ese relato, que me ha hecho saltar las lágrimas, está la luz. Porque aceptar lo malo, o lo difícil, que nos depara la vida es acercarse a ella. Una luz que nos permitirá ver lo que la oscuridad disimula y que iluminará nuestros pensamientos más negativos.
Gracias Marina y tú has estado muy poética para hacerme el comentario, me encanta. Gracias de nuevo. Un abrazo.
Hola Julita. Muy emotivo el relato de este mes. Como las dificultades de la vida nos cuestan de aceptar, pero una vez lo hacemos y a pesar de todo, la vida marcha mucho mejor.
Un abrazo
Enrique
El poetismo me lo ha inspirado tu relato...
Gracias Enrique por tu comentario y es cierto que si aceptamos las dificultades, son más fáciles de gestionar. Un abrazo a tí también.
Me alegro mucho Marina de que mi relato te haya inspirado el poetismo...
La resistencia a aceptar las cosas como son es el primer impulso, y luchar contra ella es lo que nos hace crecer. Siendo un tema tan complejo, lo has presentado de un modo muy claro y natural. Enhorabuena.
Gracias Rebeca por tu comentario y porque te guste tal y como lo he expresado. Es un orgullo para mí contar con las personas que me hacéis seguir fomentando mi imaginación.
Tú, historia me ha cautivado, es, preciosa. En efecto nadie estamos preparados para ningún problema y menos un defecto físico con necesidad de atención. Lo bueno de tu historia, es q su madre comprende lo maravillosa q es esa niña y todo el cariño q puede recibir de ella.Bravo, una vez más "FELICIDADES".Un fuerte abrazo Tere
Muchas gracias Tere por tu comentario, sabes, porque lo he dicho en más de una ocasión, que me encanta que me comentéis, pues me ayuda a continuar con mis escritos. Un abrazo.
En esta ocasión, Julita, me has llegado al corazón. Tengo un sobrino con una discapacidad que ya tiene once años y te puedo asegurar que siempre recordaré el día que nació y cómo me enteré. La primera sensación es de rechazo. Aquello de que no, en mi familia no. Después no sabes cómo ayudar porque ni los mismos padres saben cómo hacerlo. Momentos muy difíciles psicológicamente que te duelen más allá de lo imaginable. Pero luego, con el tiempo y no sin gran esfuerzo, lo vas superando. Te enfrentas casi al día a día y aceptas la realidad, no hay otra manera. Te haces fuerte por el niño, por sus padres y por ti misma. Es la única opción.
La vida no es siempre de color de rosa.
Gracias como siempre y un abrazo.
Tienes razón Helen, la vida no suele ser siempre de color de rosa, pero con paciencia y constancia se pueden areglar los conflictos, aunque no sea tarea fácil. Un abrazo para tí también.
Muy emotivo, me ha encantado el texto. La verdad es que nunca sabes cómo vas a afrontar las adversidades que te depara la vida, pero somos más fuertes de lo que pensamos. Un abrazo.
Tienes razón Verónica al decir que somos más fuertes de lo que pensamos, por eso si nos lo proponemos, podemos conseguir lo que nos parecía imposible en un principio. Un abrazo.
Hola Julia! Soy Miguel, el papá de Aitana. Me ha gustado mucho pese a q el drama no es precisamente mi género favorito. Al final me quedo con la filosofía del relato. Sigue así, eres un ejemplo.
Gracias Miguel, me alegro de que te haya gustado y sobre todo que me lo hayas dicho, sí, este es un drama aunque minimizado en lo posible, tengo otros escritos menos dramáticos, espero que te gusten. Un abrazo.
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