Cuando murió mi gata, el pasado mes de Julio, cumplidos ya los 19 años, pasé sus últimas horas sin separarme de ella, y al día siguiente le dediqué el poema que traigo ahora a estas páginas.
Algunos lo entenderán y otros no, pero es mi pequeño homenaje a esos seres que, sólo con su presencia consiguen que nuestra vida sea un poco más feliz.
Julita
Tenía sus pupilas
clavadas en las mías
y yo no podía apartar mis ojos de los suyos.
De cuando en cuando, y como un suspiro,
de su garganta escapaba una súplica
que yo me apresuraba a complacer.
y yo no podía apartar mis ojos de los suyos.
De cuando en cuando, y como un suspiro,
de su garganta escapaba una súplica
que yo me apresuraba a complacer.
Para las dos estaba muy
claro,
que nuestro tiempo de mutua compañía
llegaba a su fin.
Demasiados días vividos,
más de los que nunca hubiésemos podido imaginar,
pedían paso al descanso.
Así, con las lágrimas pugnando por salir de mis ojos,
y sin darles yo permiso para hacerlo,
pasó la jornada, y al caer la noche,
su mirada se perdió en el vacío.
Mi mente se llenó de sus recuerdos,
entonces, sin poder hacer nada por evitarlo,
el agua contenida, rodó como un torrente por mis mejillas.
que nuestro tiempo de mutua compañía
llegaba a su fin.
Demasiados días vividos,
más de los que nunca hubiésemos podido imaginar,
pedían paso al descanso.
Así, con las lágrimas pugnando por salir de mis ojos,
y sin darles yo permiso para hacerlo,
pasó la jornada, y al caer la noche,
su mirada se perdió en el vacío.
Mi mente se llenó de sus recuerdos,
entonces, sin poder hacer nada por evitarlo,
el agua contenida, rodó como un torrente por mis mejillas.
Julita
San Frutos. julio 2016©

No hay comentarios:
Publicar un comentario