Cuando conocí a Pinocho, era uno de esos días en que la lluvia arrecia y tienes la necesidad de refugiarte debajo de un balcón de algún edificio que un arquitecto tuvo la genial idea de construir. Él ya se encontraba allí cuando llegué y como no podía ser de otro modo, nos presentamos, pues me pareció una persona muy interesante. Fue al decirme su nombre cuando no pude evitar recordar el cuento de Carlo Collodi, pero por supuesto no dije nada y le hice saber el mío.
Dado que el agua no daba tregua y seguíamos cobijados sin atrevernos a salir, me preguntó si quería conocer su historia. Le contesté que sí, pues vi una forma de que el tiempo que aún nos quedaba por permanecer donde estábamos, transcurriese más agradablemente. Así que ésta fue la que me contó y que me pareció totalmente inverosímil pero, aun así, no paro de darle vueltas en la cabeza desde aquél día.
Me dijo que iba paseando por el bosque cuando se topó con un gran tocón de madera tumbado en el suelo. Decidió sentarse encima y descansar, cuando un grillo que dijo llamarse Pepito y que le pareció recordar, se acercó a él y le conminó a subirse a un árbol cercano para, desde su copa, contemplar los acontecimientos que estaban a punto de ocurrir.
No dudó en hacerlo pues quería demostrarse a sí mismo que era capaz de escalarlo tal y como hiciera cuando era un niño. Pepito Grillo subió tras él, pero sin parar de recriminarle por la lentitud en que lo hacía. Le dieron ganas de aplastarle, pero no se sintió capaz pues al fin y al cabo era un grillo que hablaba, así que se disculpó achacándolo a que no se encontraba en plena forma.

