Hoy 1 de mayo y, si no me equivoco, día 48 de nuestro confinamiento, tengo claro que cada un@ de nosotr@s tratamos de mantener activas nuestras neuronas y yo, que no soy una excepción, lo hago a mi manera, escribiendo.
Con el relato de hoy quiero rendir un pequeño homenaje a todas las personas que han perdido la vida en estos días pero, muy especialmente, a nuestros amigos que siempre lo fueron y que lo seguirán siendo allí dónde se encuentren.
Julita
Isabel notó como las piernas le temblaban.
Apoyó la mano derecha en el reposabrazos del sillón preferido por él, la butaca
en la que se sentaba frente al televisor para ver las noticias. Se dejó caer en
su regazo al darse cuenta de que estaba muy cerca de perder el equilibrio y
apoyó la cabeza en el cuenco que formaron sus manos al juntarse. No pudo evitar
que los recuerdos volvieran a su mente como cada día. Como cada hora de cada
día… como cada minuto de cada día… pues no conseguía pensar en nada más.
Rememoró los días que habían pasado desde que
comenzó esta epidemia y se preguntó, como tantas otras veces, el motivo por el
que había azotado con tanta fuerza precisamente a su familia. Retrocedió
mentalmente al momento en que le
comunicaron que su hijo y su nuera se habían contagiado y se encontraban
ingresados. Sin saber el motivo, pues no era especialmente religiosa, había
pedido a Dios que velase por ellos.
También recordó como Juan le había cogido de
la mano y le había infundido la fuerza necesaria para afrontar esa situación ¡Llevaba
tantos años siendo su apoyo, el pañuelo que secaba sus lágrimas, cuando por una
razón u otra acudían a sus ojos, que estaba segura de que le resultaría
imposible seguir viviendo si le perdiese!
Lentamente levantó la cabeza y se quedó con
la mirada fija en el libro que él estaba leyendo cuando le comentó que no se
encontraba bien. En aquel momento su cerebro trabajó a gran velocidad preguntándole
por los síntomas, pero se tranquilizó al pensar que no coincidían con los que
repetían constantemente. Aun así, decidió hacer una llamada al número que les
habían proporcionado, pero la respuesta no fue la que su subconsciente hubiese
querido escuchar:
─No
parece grave… ahora estamos muy saturados… no podemos mandar a nadie en este
momento… no tenemos ambulancias disponibles… haga que descanse y se relaje…
Colgó el teléfono con la angustia
atenazándole las entrañas, pero trató de parecer calmada, aunque en su mente la
pregunta flotaba como un mal presagio; ¿Y si fuese el maldito virus…? no, no
podía ser, a él no.
Se sentó a su lado y se propuso ser ella la
que en ese momento le diese ánimo, aunque él estaba calmado. Ciertamente no
conocía a nadie que tuviese su serenidad. Permanecieron bastante rato, nunca
supo cuanto, así, uno sentado al lado del otro, cuando notó que le costaba
respirar. Sus pulmones emitían un ruido extraño y, al mirarle, se dio cuenta de
que sus ojos la observaban sin ver.
Se asustó, agarró el teléfono y marcó el 112,
no pensaba volver a llamar al número al que había llamado la vez anterior.
─¡Mi
marido se muere! ─fue lo que consiguió
pronunciar.
No tardaron en llegar, se ocuparon de él, se
lo llevaron y la dejaron sola, con la soledad que te oprime el pecho y no te
deja respirar. La cuarentena se cernía sobre ella con una fuerza mucho más
brutal. Cuando sus hijos le llamaron para acompañarla, les dijo que no, estaría
sola, pronto acabaría todo y volverían a estar juntos.
Ahora notó como las lágrimas salían de sus
ojos y se preguntó como podía ser que aún le quedasen. Retiró la mirada del
libro y quiso fijarla en un punto, uno lejano que le permitiese dejar la mente
en blanco por unos minutos, pero era imposible.
Le vino a la memoria el momento en que le
comunicaron su muerte, fue un mazazo que no esperaba, pues en la última noticia
le hablaron de una mejoría ¿Qué había ocurrido? ¿Estarían confundidos? Pero no,
no lo estaban. La realidad se impuso y fue consciente de que nunca más sus
manos apretarían las suyas.
El timbre del teléfono la sacó de sus
pensamientos, quiso contestar, pero no lo tenía a su lado ¿Dónde podría haberlo
dejado? Le costó trabajo ponerse en pie y con paso vacilante intentó dirigirse
al lugar de donde salía el sonido, pero no lo consiguió, notó su cuerpo
desvanecerse y se quedó tendida en el suelo. Su último pensamiento le dibujó
una ligera sonrisa en sus fríos labios, pues al menos iba a reunirse con él.
Julita
San Frutos©

6 comentarios:
Muy dramático, muy triste. Y es la realidad de cientos de personas. En este relato, ambos protagonistas se reencuentran y siguen juntos en el más allá (suponiento que haya uno) al final pero, en muchos casos, el desenlace es la soledad la más completa, la incertidumbre, la tristeza sin fin, sin saber cómo afrontarlo.
Hay una vida después de todo ésto ?
No tengo muy claro si hay una vida después de ésto, pero lo que si es verdad es que la soledad impuesta puede resultar abrumadora. Un abrazo. Julita
Precioso y muy triste. Es una pena tarda perdida.
Sí Sabrina, es una verdadera pena😢
Muy triste Juli, casi tanto como el momento por el que estamos pasando. Supongo que dentro de un tiempo sabremos cuántas personas de verdad han fallecido porque dicen que no se acercan ni por casualidad a la cifra real.
Creo que no estábamos preparados para esto. En nuestra sociedad del primer mundo parece que era inimaginable.
Pero como en otras tantas situaciones adversas a lo largo de la historia de la humanidad, también saldremos de ésta.
¡Qué remedio!
Si Helen, no sabremos a ciencia cierta cuántos habrán fallecido, pero para nosotros, la pérdida de nuestros amigos resultó y resulta muy dolorosa, es por eso que escribí este relato basándome en como les ocurrió y es muy triste.
Saldremos de ésta, por supuesto, pero con una cicatriz difícil de ocultar.
Un abrazo.
Julita
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