miércoles, 31 de julio de 2019

Gustavo y el Mar

Con el cuento de hoy quiero como en otras ocasiones y aunque sea muy modestamente, remover conciencias.
Julita
  Gustavo se encontraba durmiendo plácidamente, el sol se había ocultado hacía ya bastante tiempo y una luna llena, redonda, resplandeciente, ocupaba su lugar.
  ¡Estaba tan cansado! El día entero lo pasó persiguiendo un banco de peces que, a cada momento, giraban y giraban, cambiando de rumbo, con la visible intención de marearle. La verdad era que casi lo habían logrado. Así que dándose cuenta de ello, decidió cambiar de táctica y se escondió detrás de un arrecife.
  Los peces pasaron por su lado sin verle y entonces, el que los guiaba, (supongo que sabéis que estos peces siempre se dejan guiar por el que consideran que es el más listo de todos) decidió que, puesto que el peligro había pasado, ya que no se veía por ninguna parte a Gustavo, dieran la vuelta y se dirigieran a mar abierto.
  Hicieron la maniobra, cambiando de dirección, y su sorpresa fue mayúscula cuando se dieron de bruces con él, que lógicamente había salido de su escondite para cerrarles el paso.
  Hubo una gran desbandada, pero, con gran habilidad, pudo hacerse con dos de ellos para calmar, en lo posible, el hambre por el que le rugía tanto el estómago, pues desde que se despertó, no había conseguido llenarlo.
  ¡Por eso ahora, disfrutaba de un merecido descanso!
  La luz de la luna hacía brillar sus escamas y eso le otorgaba el aspecto de un pequeño Dios del mar. Gustavo era, por lo que solían decir todos cuando le veían pasar, un pez muy guapo.
  Mezclada con sus sueños, notó una extraña sacudida, por lo que, inmediatamente abrió los ojos para ver que ocurría. Procuraba estar siempre alerta por si alguien necesitaba su ayuda.
  Reconoció inmediatamente a su amigo Rodolfo quién, zarandeándole, llamaba su atención. Al momento su mente reaccionó pensando que algo estaba pasando, su camarada siempre acudía a él cuando había algún problema. Tenía muy buena intención y quería ayudar a todos, pero en cuanto se daba cuenta de que solo  no lo podría solucionar, acudía a Gustavo porque era el que siempre encontraba un recurso que les permitiese llevarlo a buen término.
  Rodolfo no era un pez tan guapo como Gustavo, pero tenía un don muy especial y era que siempre estaba preocupándose por todos los habitantes de aquellos arrecifes, para conseguir que su vida fuese lo más agradable posible.
  Sin dar tiempo a Gustavo para que le preguntase, Rodolfo, casi gritando, le dijo:
— ¡Tienes que ayudarme! Unos seres extraños están atrapando a nuestros amigos y yo solo no puedo hacer nada.
  Gustavo decidió seguirle sin aclarar nada, era mejor así para no entretenerse, ya habría tiempo para las preguntas.
  Cuando estaban cerca del lugar al que se dirigían, enseguida se dio cuenta de cómo sus amigos luchaban por liberarse de aquellos extraños seres que les tenían atrapados.
  María, la tortuga, llevaba uno alrededor del cuello impidiéndole respirar bien. Pedro, el atún, no podía menear la cola, pues otro se le había colocado de tal forma que le impedía cualquier movimiento. Carlos, el pulpo, luchaba contra uno que le atenazaba un tentáculo... Había muchos de aquellos seres extraños flotando en el agua.
  Rodolfo le explicó que no los habían visto antes, que aparecieron de improviso y todos creyeron que servirían de alimento, por lo que se tiraron como locos a por ellos, pero cuando quisieron darse cuenta de su error, ya no había remedio. Unos habían quedado atrapados, otros los habían comido y ahora se encontraban muy enfermos.
  Gustavo pensó que nunca en su vida había visto aquellos seres antes, pero de repente, una luz se le encendió en la cabeza y recordó que un día de los que salió a la superficie a echar un vistazo, vio a lo lejos, pero no tanto como para no poder darse cuenta de lo que era, una barca con humanos que tiraban cosas, y él ahora, las encontraba muy parecidas a las que flotaban a su alrededor.
  Debían de haber llegado muchos barcos, sin que él se diese cuenta, para que ahora hubiese tantos seres extraños allí.
  Dejó sus pensamientos a un lado y se dedicó a liberar a todos los que estaban atrapados, según se iban soltando, ellos mismos ayudaban a otros, después se ocupó de los que habían comido aquello y logró que se sintieran mejor.
  Habló con todos y les pidió que no volviesen por aquél lugar hasta que a él se le ocurriese una solución, aunque no estaba muy seguro de poder encontrarla.
  Cuando la Luna terminó su trabajo y apareció el Sol para sustituirla, Gustavo vio con horror el casco de una embarcación, los conocía muy bien, los había visto muchas veces y también sabía cómo esquivarlos. Estaba seguro de que, como siempre, vendría a coger peces para llevárselos y tiraría más seres extraños.
  Para su asombro, soltaron las redes y pescaron aquello que a ellos tanto les molestaba. Se preguntó para qué les servirían a los humanos aquellas cosas extrañas, pero si una cosa tenía clara era que no iba a tratar nunca de entenderlos, ya tenía suficiente con sus amigos.
  Cuando se retiraron, Gustavo no perdió el tiempo para ir a contárselo a todos. Volvieron al lugar y observaron muy contentos lo vacía y limpia que estaba el agua.
  Pasaban los días y cada uno se dedicaba a sus quehaceres cotidianos. Se olvidaron del incidente de los seres extraños y ya no volvieron a hablar de ello.
  Disfrutaban como siempre de su mar, nadando, comiendo, durmiendo, jugando…
  Gustavo se dedicaba, a lo que más le gustaba, perseguir los bancos de peces y atrapar a alguno despistado y, cuando el sol se ocultaba, dormía a aleta suelta, como un bendito, aunque procuraba estar alerta por lo que pudiese pasar.
  Todas las mañanas se acercaba al lugar en el que habían aparecido aquellos seres extraños y se aseguraba de que siguiese limpio y sin problemas.
  Un día, cuando llegó, se dio cuenta de que había alguno de aquellos especímenes  desperdigados por la zona, no eran muchos, quizá podía alejarlos de allí, pero no estaba seguro de que diese resultado. Lo había estado pensando muy detenidamente y se daba cuenta de que mientras los humanos no fuesen capaces de respetar los océanos, poco iba a poder hacer él por conseguirlo.
  De sus ojos escaparon dos lágrimas que se perdieron mezcladas con el agua del mar, su mar, el mar que era toda su vida y que, por algún motivo, trataban de destruírselo.

Julita San Frutos©
 

4 comentarios:

Helen Pi dijo...

Pues sí Julita, tienes toda la razón. Nos estamos cargando los océanos y precisamente venimos de ellos.
Cada uno de nosotros, aunque nos parezca insignificante lo que hacemos, debemos colaborar y procurar enseñar a nuestros hijos lo que a nosotros, por ignorancia, nadie nos enseñó.
Mira, una cosa que aprendí en un reportaje de televisión, es que los plásticos que acogen, que entrelazan los botes de cervezas o de refrescos de seis en seis, son muy peligrosos para los animales marinos porque si cuando son pequeños pasan por el ruedo y se les queda pegado al cuerpo, al hacerse grandes los estrangula y mueren.
Pues desde que vimos ese reportaje, en casa siempre cortamos con una tijera todos los círculos que componen esa especie de malla.
Aunque puedo decir con orgullo que hace más de treinta años que reciclamos, nunca se sabe al final dónde pueden acabar estos plásticos tan letales.
Este verano lo estamos pasando en la playa y no te puedes ni imaginar todo lo que llega a la orilla y todo lo que la máquina recoge a diario de entre la arena. La gente, en general, es muy sucia e irresponsable.
¡Queda tanto por hacer!
Un abrazo veraniego.
Helen Pi

Juli imagina historias dijo...

Si Helen, nosotros, al igual que vosotros, llevamos mucho tiempo reciclando y también corto las anillas desde que supe lo que podía pasar si no se hacía. Procuro recoger del suelo y tirar a una papelera lo que otros han dejado y así se lo inculco a mis nietos. Solo espero que mi pequeño grano de arena pueda acabar formando una playa (por supuesto no contaminada)🤔un abrazo. Julita

Marina dijo...

Muy bonito ese cuento, Julita.
Gustavo es un pez simpático y responsable.
En la cadena alimenticia, nos los comemos y el pobre Gustavo no vivirá mucho para poder contar sus aventuras a sus nietos! Y cuando nos comemos a los peces, nos tragamos también todo el plástico que los pobres han acumulado en su organismo, con lo cual, nosotros, los humanos, terminamos llenos de plástico también.
Lamentablemente, no tengo mucha esperanza de que la gente se vuelva responsable y menos sucia, porque a una gran mayoría poco le importa. Felizmente, una minoría sí que está atenta y hace todo lo posible por preservar la naturaleza y, aunque sea una gota de agua en un océano, siempre es mejor que nada.
Sigue escribiendo para no dejar de recordarnos a todos que la naturaleza puede seguir adelante sin nosotros, pero nosotros nos podremos vivir sin ella !

Juli imagina historias dijo...

Si Marina, tienes razón, hay que dar las gracias porque al menos una minoría se sienta responsable, tenemos que apoyarles para que, los que vienen detrás, puedan disfrutar de lo que nosotros al menos disfrutamos en nuestra infancia, que no en la vejez. Un abrazo. Julita.