Feliz 2025, que los hados, las hadas, duendes, musas, dioses y demás personajes mitológicos os sean propicios en este año que acabamos de comenzar.
Por cierto ayer, mientras esperábamos el momento de que el reloj de la Plaza Mayor de Olocau diese las 12 campanadas, cosa que hace un poco regularmente, se me ocurrió un pequeño poema para el 2024 que acabamos de despedir y el 2025 que hemos recibido. Es cortito, así que no os cansaré demasiado. Dice así:
Adiós 2024
nos desprendemos de ti temblando,
pues nos diste grandes palos
que habrá que ir superando.
2025 te pedimos,
si es que no es mucho pedir,
que te apiades de nosotros
y dejes de hacernos sufrir.
Bisiesto ya no serás
y un día menos tendrás,
a ver si entras en razón
y te despedimos mejor.
Después de este paréntesis os explico que el relato que publico hoy está basado en una experiencia que viví el 21 de febrero de 2022 mientras llevábamos a cabo una de nuestras muchas actividades.
Leerlo y podréis juzgarme.
En cuestión de un momento, mi visión de la vida se redujo a unos cuantos centímetros velados por una especie de rejilla que distorsionaba totalmente la realidad.
Quise remontarme a mi niñez, la época en la que “La gallinita ciega” formaba parte de nuestros juegos, pero en el presente, y a diferencia de entonces, no encontré ninguna mano amiga a la que aferrarme para qué, al girarme, me acercase a la persona que tenía que reconocer.
Me sentí aislada, olvidada, despersonalizada… dentro de mi semioscuridad. Era como un burro al que le han puesto las “anteojeras” para que vea únicamente lo que tiene delante, pero en mi caso, con la opacidad suficiente como para sentirme agobiada.
Para poder hacerme una idea de la realidad que me rodeaba, no tenía más remedio que girar totalmente la cabeza a derecha e izquierda. Ni siquiera me veía los pies, por lo que no sabía muy bien donde los ponía. En varias ocasiones pisé la tela que me cubría por completo y que arrastraba, obligándome a dar traspiés, por lo que estuve a punto de caerme. Acabé con los bordes mojados, debido al agua que cubría parte del camino, y cubiertos de polvo.
