Buenos días, estamos ya a 5 de diciembre, este mes me he retrasado un poco en publicar, pero es que a una se le arrejuntan los quehaceres y no doy abasto.
En fin, el relato de hoy, como tantos otros, vio la luz por una palabra que propuso mi profesora de Escritura Creativa "calima" y fue lo que se me ocurrió.
Aprovecho, puesto que ya no me asomaré a estas páginas hasta comenzado el nuevo año 2025, para desearos una feliz Nochebuena, Navidad, Fin de Año y Primero de Año.
Un abrazo.
Julita
Si hay algo con lo que disfruto de una manera especial es cuando me encuentro tumbada en la playa y me dejo llevar por el sonido del mar; las olas rompiendo contra la arenisca y arrastrando los pequeños guijarros que contiene con su “sssshhhh” característico. Entonces suelo sumirme en un profundo sueño que me ayuda a olvidarme de todo lo que me rodea y consigue que me despierte completamente relajada. Para terminar mi ritual, me sumerjo en el agua donde doy unas cuantas brazadas que me dejan totalmente predispuesta a enfrentarme a lo que se me presente.
Pero en esa ocasión mis ojos, al despertar, se toparon con la mirada inquisitiva de dos niños y pude escuchar una voz que dirigiéndose a ellos les decía:
—¡Ya está bien! ¡Venid aquí! ¡No molestéis a la señora!
—¡Es que está muy rara!
Al parecer, la señora de la que hablaban era yo, pues los niños, haciendo caso omiso de la llamada de la que supuse debía ser su madre, continuaron mirándome de la misma forma.
Al incorporarme, algo cayó sobre la toalla. Miré mis manos y eran de un color ocre anaranjado como nunca las había visto. Me asusté tanto que de un salto me puse en pie consiguiendo con ello no solamente asustar a los niños, sino que la toalla se cubriese por completo de aquel extraño polvo.