1 de septiembre de 2024. El relato que publico hoy es uno de los que se me ocurren en un momento dado, cuando no tengo nada que hacer, o cuando estoy haciendo algo que no necesita toda mi atención, así que no tengo excusa si no os parece muy interesante.
En fin, un saludo de casi finales de verano, aunque el calor nos diga lo contrario.
Julita
Aferré con mi mano derecha el pomo de aquella puerta, haciendo caso omiso de los temblores que se habían apoderado de mis dedos. Debía traspasarla, pues estaba seguro de que en la habitación que custodiaba encontraría la solución a todas las preguntas que había estado formulándome. ¿Sería posible que a partir de ese momento pudiese darle forma a mi futuro? Eso era algo que bullía en mi cerebro y por lo que estaba ahora ahí, tratando de vencer mis miedos.
Mi corazón palpitaba con fuerza consiguiendo con ello que no escuchase otro sonido que sus latidos. La puerta cedió y busqué a tientas el interruptor, pues la oscuridad era absoluta. La luz se extendió por cada uno de los rincones y ante mis ojos aparecieron los libros que mi abuelo había conseguido reunir. Admirado por aquella visión que desde niño no había vuelto a ver, me pregunté cómo había podido estar tan ciego, cómo era posible que hubiese tenido que ocurrir su muerte para adentrarme en su biblioteca a la que tantas veces él me había invitado sin éxito.
En ese momento decidí que los leería todos y así, empapándome de lo que contienen, le daré el gusto que fui incapaz de darle en vida y desde el más allá sé que me mirará con cariño y sin reproches porque él estaba seguro de que esa es la manera en que conseguiré volver a ser feliz.
Fue entonces cuando recordé sus sabias palabras:
“En los libros es el mejor lugar donde se puede encontrar la felicidad”
Julita San frutos©
