Escuché una voz enérgica a mi espalda pero no entendí bien lo que decía, así que decidí prestar atención agudizando mis oídos, pero sin volverme, pues no estaba seguro de que se dirigiera a mí y, por otra parte, he aprendido que es preferible no darse por aludido hasta el momento en que no te quede otra opción que hacerlo. A mi entender, es una forma de evitar confrontamientos pero, en esta ocasión y al escuchar por segunda vez, fuerte y clara, la palabra que unos labios pronunciaban con bastante fuerza, no pude evitar mosquearme.
El vocablo no era otro que botarate y, si era a mí a quien se refería, iba a comprobar, sin lugar a dudas, que no soy persona que se merezca esa denominación, pero aun así, me armé de paciencia dispuesto a recibir una rectificación, no sin antes comprobar si estaba haciendo algo mal y no me había dado cuenta, pues suelo ser bastante despistado.
El problema lo tuve cuando lo oí por una tercera vez. Fue entonces cuando consideré que ya no tenía otra alternativa, pues mi aguante estaba llegando a su fin; debía darme la vuelta y encararme con la persona que me estaba denominando con ese apelativo.
Así que eso fue lo que hice y, con cara de pocos amigos, me giré dispuesto a dirigir mis pasos hacia el objetivo que me había marcado, pero cuál sería mi sorpresa cuando, en el mismo momento en que lo llevaba a cabo, mis ojos contemplaron a dos amigos que se abrazaban efusivamente mientras se decían no únicamente ese epíteto, sino otros muchos más de parecida denominación.
