Buenos días, estamos a 1 de marzo de este año 2021 en el que seguimos arrastrando los efectos de la pandemia que comenzó en 2019 y que no sabemos cuánto más durará, así que siguiendo con la norma que me propuse cuando abrí este blog, publico hoy un nuevo relato que espero, como siempre, que os entretenga aunque únicamente sean unos minutos.
Un abrazo.
Julita
Amaneció un nuevo día, la luz de la mañana atravesaba la ventana y se posaba en mí, obligándome a abrir los ojos.
En ese momento me maldije por no haber cerrado las cortinas y me propuse hacerlo a la noche siguiente, aunque estaba segura de que no lo haría. Por alguna razón que desconocía, no me gustaba dormir rodeada de oscuridad, necesitaba que la luz de la luna, incluso la de las farolas de la calle, penetrase en mi alcoba.
El problema se presentaba como ese día, cuando por un motivo u otro, me acostaba bastante más tarde de la media noche.
Me di cuenta de que me había espabilado por completo y que no merecía la pena llamar de nuevo a Morfeo para que acudiese en mi auxilio, por lo que decidí ponerme en pie y ajustar a mi cuerpo las zapatillas y el batín. Era esta otra de mis costumbres, en este caso adquirida en la época de mi infancia, cuando mi madre me alertaba de las consecuencias que podían sobrevenir de no hacer caso a sus consejos:
