Me encontraba sentado en la arena de la playa y no pude evitar sentir el olor penetrante del mar. Miré como las olas chocaban contra los guijarros, volviendo una y otra vez sobre sí mismas.
Levanté la vista al cielo y empecé a recordar como pude ser tan susceptible. Me di cuenta, en ese momento, de que había perdido mi verdadero yo y me había convertido en un mamotreto.
Las nubes, blancas como el algodón, formaban inverosímiles figuras y me pareció que si las pudiese coger entre mis dedos, se desharían, tal y como lo hace la nieve al sentir el calor de nuestra mano.
Antepuse mi libertad a su cariño y las palabras salieron de mi boca formando una fuente de improperios, que no se merecía.
Y, allí estaba yo, como una albahaca a la que alguien se ha olvidado de regar y que, a través de sus hojas llora el abandono, dejándolas inertes hasta que se desprenden sin remedio renunciando a seguir formando parte de su belleza y, caen al vacío donde ya nada les aguarda.
Supe que ese sería mi destino, llorar como lo hace la planta, marchitándome lentamente hasta que, quizá un día, vuelva a ser el que era y averigüe como corregir mi error.
Julita San Frutos©
