Buenos días, hoy día 1 de abril y 18º de nuestro confinamiento, voy a publicar un nuevo relato siguiendo con el propósito que me hice cuando comencé este blog.
Tengo que decir que no era éste el que tenía pensado, pero al escribirle como un trabajo del Taller de Escritura que, dicho sea de paso, continuamos a través del grupo de whassap, me ha parecido que era el mejor día para que podáis leerlo.
Espero que sirva para sacaros una sonrisa.
Un abrazo.
Julita
Este relato hubiese
podido comenzar como lo hacen otros muchos diciendo: Un día cualquiera..., pero no fue así, pues nos
encontrábamos a pocas horas de finalizar una de las primeros jornadas en que el
Gobierno nos había instado a permanecer en confinamiento y mi marido y yo nos hallábamos
frente a frente llevando a cabo uno de los rituales más extendidos en nuestra
sociedad: la cena.
En un momento dado tuve la genial idea de
hacer un comentario totalmente ingenuo, o eso fue lo que pensé en ese momento,
aunque la realidad se perfiló completamente diferente:
─Aprovechando
que estamos encerrados, podíamos
hacer una limpieza de la casa, pues hace unos días ya que la hicimos ─fue
mi observación.
¡Craso error! Ahora, en la perspectiva, me
doy cuenta de que no fui consciente de su verdadero potencial, pues estoy cada
vez más convencida de que, en el caso de que hubiese nacido en esta época, le
habrían diagnosticado con TDA, pero por aquél entonces estas siglas no existían
y únicamente le adjudicaron las NSP o lo que es lo mismo: Niño Sumamente
Pesado.
Al día siguiente y después de haber concluido el desayuno, se presentó donde yo estaba, armado con todos los utensilios
necesarios para llevar a cabo la idea manifestada por mí la noche anterior.
Fueron inútiles mis argumentos; que no corría
prisa…, que teníamos muchos días por delante…, que podíamos cogerlo con calma…,
pues a las 9 de la mañana nos dispusimos a enfrentarnos a unos de nuestros
enemigos cotidianos, el polvo y sus consecuencias.
