Con el cuento de hoy quiero como en otras ocasiones y aunque sea muy modestamente, remover conciencias.
Julita
Gustavo
se encontraba durmiendo plácidamente, el sol se había ocultado hacía ya
bastante tiempo y una luna llena, redonda, resplandeciente, ocupaba su lugar.
¡Estaba tan cansado! El día entero lo pasó persiguiendo un banco de
peces que, a cada momento, giraban y giraban, cambiando de rumbo, con la
visible intención de marearle. La verdad era que casi lo habían logrado. Así
que dándose cuenta de ello, decidió cambiar de táctica y se escondió detrás de
un arrecife.
Los peces pasaron por su lado sin verle y entonces, el que los guiaba,
(supongo que sabéis que estos peces siempre se dejan guiar por el que
consideran que es el más listo de todos) decidió que, puesto que el peligro
había pasado, ya que no se veía por ninguna parte a Gustavo, dieran la vuelta y
se dirigieran a mar abierto.
Hicieron la maniobra, cambiando de dirección, y su sorpresa fue
mayúscula cuando se dieron de bruces con él, que lógicamente había salido de su
escondite para cerrarles el paso.
Hubo una gran desbandada, pero, con gran habilidad, pudo hacerse con dos
de ellos para calmar, en lo posible, el hambre por el que le rugía tanto el
estómago, pues desde que se despertó, no había conseguido llenarlo.
